La izquierda en México
Jorge Valencia*
El PSUM se fundó a principios de los años 80 con la intención de aglutinar a los simpatizantes de la izquierda mexicana. Eran una minoría emanada del Partido Comunista y de otras plataformas socialistas. Entonces, el PRI era la hegemonía en el poder y los pocos votos que obtenían los partidos opositores (casi siempre por “representación proporcional”) le concedían cierta legitimidad en las urnas. La sensación de una falsa democracia. Nadie pensaba que un partido opositor al régimen en realidad tuviera oportunidad de acceder al gobierno. Algunos casos de alcaldías donde ganó la izquierda radical en realidad se debieron a la dificultad de acceso de los candidatos del PRI para desplegar su maquinaria electorera y a su desidia por maquillar el sufragio. Tales municipios estaban localizados en Guerrero (en la denominada “Montaña Roja”, donde aparecieron células guerrilleras) y Oaxaca y eran alentados por líderes extremistas: maestros rurales, militantes, ilusos.
La izquierda mexicana siempre representó una minoría. Sólo bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas alcanzó una organización significativa a través del impulso al movimiento obrero y campesino. Después de Cárdenas, algunos ideólogos desde el interior del partido oficial, como Reyes Heroles, manifestaron proyectos coherentes de reivindicación de grupos desfavorecidos aunque no se tradujeron en programas de acción auténtica. Todos quedaron en discurso, más cercanos a la demagogia y al populismo, emblemáticamente representados por Echeverría y López Portillo.
A partir de fines de los años 60, la izquierda insertó entre sus filas a los estudiantes, lo que garantizó posiciones irreverentes y un tono más academicista. La matanza del 68 demostró la capacidad de los grupos universitarios con conciencia política para poner nerviosos a los gobernantes. Al fin la clase media urbana se constituyó en una fuerza de oposición que sólo pudo frenarse con la discreción y perfidia de la guerra sucia (desapariciones, sobornos, amenazas).
El movimiento cardenista encabezado por el carisma genético de Cuauhtémoc Cárdenas logró reunir en un partido (PFCRN) un programa capaz de reclamar la presidencia nacional. Bajo unas elecciones dudosas donde los votantes saben que triunfó Cárdenas, Salinas de Gortari se proclamó ganador, pero nació un partido que reunió a simpatizantes e intelectuales con posturas y proyectos más allá del resentimiento y la utopía. Muchos priístas y miembros de partidos extintos de la izquierda (entre otros, el simbólico Heberto Castillo, el propio Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Rosario Ibarra), dieron a México una alternativa posible de gobierno. Cuauhtémoc Cárdenas resultó el primer Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal que ganó en las urnas, con un programa de izquierda moderada. Con él quedó demostrado que aún bajo el control político del neoliberalismo era posible acceder al poder.
El lopezobradorismo es heredero de esa tradición. A pesar de los militantes que ceden a la tentación de la corrupción o que se integran bajo la única ambición de la prebenda y el “hueso”, una buena cantidad de académicos y simpatizantes con verdaderas convicciones intentan construir un país equitativo. Pero en la peor época, debido a la pandemia que nos azota. Si el lopezobradorismo no es capaz de lograr la reivindicación de los desposeídos y la distribución de las oportunidades, será la última vez que la izquierda gobierne. Además de la reconstrucción, su tarea es contrarrestar la guerra mediática y la ignorancia que (la hoy oposición) difunde entre sus potenciales electores que no vivieron bajo el yugo del priato ni identifican la complacencia de la oposición acomodaticia y concertacesionista. La democracia mexicana depende de proyectos coherentes, no de devociones banales.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]