La inclusión y la palabra: visibilizar y dar voz
Marco Antonio González Villa*
Hablar de la inclusión no es tan fácil como muchos suponen hoy en día; hacer un recorrido histórico de la forma en que fue considerada e introducida en las aulas pondría de relieve su relativamente corta vida, ya que apareció en la segunda mitad del siglo XX a finales de la década de los 70. En México es hasta 1993 que llegó a las escuelas, lo que implica que quienes cursamos la primaria antes de esas fechas seguramente nos tocó convivir o ser un caso que precisaba educación y apoyo especial, pero que, por desconocimiento, sólo se catalogaba a este tipo de estudiantes como alguien que no quería o no podía trabajar y/o aprender, lo que implicaba reprobarlo, pero con el estigma de que la escuela no se le daba.
La inclusión, en términos concretos, está pensada para poder atender a minorías dentro del aula o a grupos que presentan una condición de vulnerabilidad o desventaja social en comparación a otros que entrarían dentro del selecto grupo de normalidad. Así, las personas con alguna discapacidad física y/o intelectual que limite o retarde su aprendizaje, junto con aquellos que posean un trastorno, alteración en alguno de los sentidos o hayan tenido problemas en su desarrollo, están consideradas dentro de los grupos considerados en la inclusión. Lamentablemente, los niños y niñas pobres o indígenas, o ambas, no son contemplados, tal vez por no ser una minoría, pero son grupos que definitivamente presentan condiciones y características que limitan su aprendizaje.
En épocas anteriores, los niños y niñas con alguna condición física o intelectual que les impedía trabajar eran excluidos del sistema o encerrados, o asesinados, sin tener oportunidades reales de salir adelante. Es hasta que se les da la palabra a este tipo de grupos que puede cambiar su situación: por ejemplo, el desarrollo del lenguaje de señas y la escritura Braille permitió, a sordomudos e invidentes respectivamente, acceder al lenguaje, a la palabra y mejorar así sus condiciones y posibilidades de aprendizaje.
¿Se podría dar la palabra a las y los niños pobres o indígenas para mejorar sus condiciones? Tendríamos que mirarlos primero y escucharlos para, ya con la apropiación de la palabra, poder cambiar su situación. La sociología de la imagen propuesta por Silvia Rivera Cusicanqui es una forma de trabajo profesional que visibiliza a los grupos vulnerables y les cede la palabra, junto con otras formas de trabajo, como la autohistoria de Gloria Anzaldúa que, en su narrativa, puede revelar su sufrimiento y muchas situaciones que alteran su vida y su aprendizaje. Son herramientas éticas que, de ponerles atención las personas indicadas, podrían cambiar muchas de sus situaciones y, finalmente, ser incluidos en un proyecto de país.
La inclusión, hasta el día de hoy, sólo se centra en poner rampas e introducir en los grupos a estudiantes con alguna condición especial y exigir al docente que lo atienda, lo cual no le implica ningún tipo de gasto al gobierno; incluir a los pobres o indígenas sí requiere inversión, por eso no son considerados como grupos vulnerables, por eso no se les da palabra y por eso seguiremos perpetuando la pobreza y la desigualdad.
¿Qué tendría que decir un niño pobre o un indígena acerca de su futuro?, ¿de la igualdad?, ¿de la discriminación?, ¿de no ser vistos?, ¿de sus fotos? Tendríamos que preguntarnos si la inclusión contempla algún rasgo o característica particular y preguntarnos: ¿Indígenas y pobres pueden tener derecho a la inclusión? ¿Por qué no se les da voz o visibilidad? Ahí dejamos las preguntas.
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx