La corrupción, ¿una característica mexicana, mexicana?

 en Invitados

Job Avalos Romero*

La realidad cotidiana en México nos da innumerables ejemplos de situaciones que parecen confirmar que la corrupción y la violación de las normas son rasgos identitarios o hasta genéticos de la población mexicana. Sin que esto agote los ejemplos, basta con pensar en los automovilistas y motociclistas que tranquilamente se pasan los altos y toman las calles en sentido contrario, o en presidentes de la república con tesis plagiadas que ejercen el cargo sin que esto sea visto como un problema o, al menos, como un impedimento ético para ocupar tan alta función.
Dado que esto y más es el pan nuestro de cada día, la idea de que la corrupción la llevamos en la sangre hace creer, dentro y fuera de nuestro país, que nosotros “siempre hemos sido así”. En este sentido, cuando buscamos de dónde nos vienen dichas prácticas, hay quienes asocian las conductas de corrupción e ilegalidad a lo indígena, por ser ajenas al progreso, al desarrollo y, sobre todo, a la democracia, un rasgo generalmente asociado con los países europeos. Como si en nuestro caso, la corrupción y la ilegalidad fueran costumbres existentes desde tiempos ancestrales que ni siquiera la colonia y su misión “civilizadora” pudieron erradicar o cuando menos aminorar. Pero, ¿es esto realmente así?
Para identificar el origen de la corrupción y nuestro desdén por las reglas, es necesario regresarnos al pasado prehispánico de la región y analizar brevemente las características de la sociedad mexica antes de la conquista. Desde luego, suponer que todos los pueblos mesoamericanos eran iguales sería un error. Pero ante la falta de variedad en las fuentes que dejaron los conquistadores, nos atendremos a este caso, asumiendo que las distintas civilizaciones presentes en buena parte del territorio que ocupa el actual México compartían muchas de sus prácticas y rasgos culturales.
¿Qué postura tenían los Mexicas con respecto a las normas? Sabemos que en el seno familiar se inculcaban reglas de comportamiento y eran estrictos con su cumplimiento. Se enseñaba a no mentir, a adquirir responsabilidad y a ser obedientes. Las instituciones educativas como el Telpochcalli y el Calmécac continuaban esta formación inculcando además la perseverancia, el sacrificio, la lealtad y la humildad. Romper las reglas, tanto en casa como en la escuela, era exponerse a castigos tan extremos como: recibir azotes con ortigas, punzadas con espinas de maguey hasta sangrar, pellizcos hasta dejar moretones, golpes con palos, ser colgados de los pies, tener que respirar chile quemado, entre otros. El Estado mexica autorizaba incluso que los padres de familia vendieran como esclavos a los hijos incorregibles, y si eso no resolvía el problema de comportamiento, éstos terminaban sacrificados en los templos.
En términos del comportamiento social, la borrachera tenía una tolerancia cero para los Mexicas, siendo motivo suficiente para morir golpeado o ser quemado vivo. En las clases dirigentes, incluso el amasiato representaba una ofensa social que podía castigarse con la muerte en las formas antes descritas. Incluso los gobernantes, aunque gozaban de ciertos privilegios, debían cumplir con una serie de principios. Entre ellos: no abusar del poder y gobernar con templanza; ser generosos en repartir la riqueza entre sus subalternos; comportarse con seriedad y madurez; abstenerse de la borrachera y otros vicios; no malgastar la riqueza y los tributos del pueblo; no volverse soberbios por la posición que ocupan. El incumplimiento de ese código de conducta podía llevar a que el consejo de ancianos decretara la destitución del cargo, además de tener que cargar con el repudio social del pueblo.
Luego entonces, ¿por qué la corrupción está tan arraigada en la cultura mexicana? Para entenderlo debemos interesarlos por la otra mitad de nuestra identidad, la que nos heredaron los colonizadores. Cuando analizamos con atención sus rasgos socioculturales, nos damos cuenta que están lejos de tener un perfil mínimamente adecuado para transmitir una “mejor educación” y “civilizar” a pueblos que algunas descripciones y una visión eurocéntrica de la historia pretenden mostrar como incultos y bárbaros.
Los conquistadores y colonos que llegaron de España eran por lo general hombres de entre 20 y 30 años. Si bien algunos declaraban tener la capacidad de firmar, eran muchos más los que decían no saber escribir. Entre las ocupaciones que habían ejercido en la península se encontraban comerciantes, herreros, carpinteros, sastres y marinos; algunos cuantos eran notarios, escribanos, médicos o boticarios; una mínima parte había servido en algún ejército. De hecho, lo que más abundaba eran hombres dedicados al campo: jornaleros, criadores de ganado, labradores, etcétera. Esto explica por qué eran pocos quienes provenían de la baja nobleza (hidalgos), y muchos menos los que tenían un rango social prestigioso y encumbrado.
Esto no debe extrañarnos. Venir a lo que ahora llamamos América implicaba hacer un viaje muy riesgoso que podía significar la muerte y que de ninguna manera garantizaba el éxito y el ascenso social. De ahí que los hombres provenientes de posiciones sociales altas, educados y bien acomodados en las cortes peninsulares, sintieran pocos deseos de vivir una experiencia tan audaz y peligrosa como atravesar un océano que apenas comenzaba a conocerse. Así pues, quienes se arriesgaron a venir tenían todo por ganar y nada que perder.
Ahora bien, ¿por qué la hostilidad a las reglas? Para desgracia de quienes hicieron la riqueza y la gloria de la corona española, salvo contadas excepciones, la mayoría de ellos fueron obligados a vivir sin la condición jurídica de nobles, teniendo que resignarse con usufructuar el trabajo del indígena en la tierra. Evidentemente, esta situación les resultó humillante y constituyó un elemento de predisposición contra las injusticias del Estado español. Sin embargo, aunque no tenían la condición jurídica de nobles, se comportaban como tales e imponían sistemas y valores para que se les tratara de dicha manera. Para lograrlo fue esencial la acumulación de bienes materiales, de establecer ciertos tratos con los funcionarios estatales y de hacer un uso masivo del contrabando.
Este resentimiento sin duda provocó que la sociedad colonial fuera rebelde a la autoridad e indisciplinada ante la ley. Dicha costumbre fue trasplantada desde España hacia América, donde adquirió mayor fuerza. De ahí que el delito y la criminalidad contra la administración pública y las personas tuvieran una fuerte presencia en la Nueva España. También se hizo frecuente que se adulteraran los pesos y medidas, así como artículos y víveres de gasto público. Se desarrolló entre la población una tendencia al juego, llegando incluso a la pérdida de bienes y fortunas en apuestas de naipes y dados.
Algunos testimonios de la época ilustran con claridad la hostilidad que los criollos americanos manifestaban hacia el poder real y sus autoridades. Con respecto a las leyes, un Virrey de México, don Antonio de Mendoza, recomendaba una especial aplicación del derecho, el cual consideraba bien elaborado en el papel, pero con muy mala aplicación en los hechos. Sobre este asunto, Don Francisco de Toledo, muy frustrado al terminar su mandato como Virrey del Perú, en una carta dirigida al rey decía que se habían decretado muchas cédulas “santas, justas y buenas”, pero que lamentablemente todas habían quedado archivadas sin que sus antecesores se hubieran atrevido a ejecutarlas. Incluso el Consejo de Indias llegó a decir que en las colonias cada quien velaba por su propio interés sin tener respeto por las leyes, actuando de acuerdo a su conveniencia y con poco miedo al castigo. El epítome de lo aquí se describe quedó cristalizado en la famosa expresión “se acata, pero no se cumple”, frase utilizada por los altos funcionarios coloniales que, sin desconocer la autoridad y la validez de las leyes dictadas por la Corona española, simplemente no las hacían cumplir en América y quedaban guardadas en el archivo.
Por otra parte, quienes dejaron constancia de los hábitos y costumbres novohispanas, hacen notar que muchos de los conquistadores, inicialmente dispuestos al trabajo, laboriosos y diligentes, con el paso del tiempo se volvieron flojos, consecuencia de la mano de obra fácil que encontraban en los indígenas. También se identifica en los colonos una exagerada predilección por el sueño diurno y la multiplicación de fiestas mundanas y feriados religiosos. Si bien es cierto que todos los grupos de la sociedad colonial fueron adoptando y emulando muchas de estas prácticas culturales, no podemos negar que, por su posición dominante, fue la nobleza criolla quien las introdujo en la vida cotidiana novohispana.
Así pues, es importante entender que la resistencia de los mexicanos para cumplir las reglas y su aparente tendencia nata a la corrupción, tienen su origen mucho antes de que México surgiera como nación. Es fruto de un pasado doloroso y cargado de injusticia, en detrimento, como siempre, de los más débiles. No pretendo hacer de este breve análisis histórico una justificación para lavarnos las manos y poner en otros la responsabilidad por la corrupción, la impunidad y la violación de las reglas que día a día seguimos padeciendo. Pero tal vez, si entendemos que todo eso no forma parte de nuestro ADN y que no estamos obligados a sentirlo como propio, entonces quizá nos sintamos libres para decidir si conservamos en nuestra cultura esos rasgos que otros nos dejaron, o si preferimos hacer uso de nuestra herencia ancestral, la de los pueblos prehispánicos, para lograr que nuestra sociedad sea un poco más justa y más sana.

NOTA: Los elementos históricos que sirven de sustento para la discusión aquí presentada provienen de fuentes utilizadas para preparar el curso de Historia de la Educación en México, el cual se imparte en la Licenciatura en Pedagogía de la UPN.

*Doctor en Ciencias de la Educación. Profesor en la UPN, Unidad 141 Guadalajara. jobavro@gmail.com

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