La construcción del sujeto docente: tres momentos

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Devenir docente es un proceso que atraviesa, al menos, por tres momentos. El primero abarca los años de formación, cuando se es estudiante de preescolar hasta media superior; por tanto, la idea del docente es determinada desde una exterioridad, ya que no se es docente. A éste se le percibe y se le significa desde la propia experiencia y por los referentes familiares y sociales que se escuchan: el docente aquí puede empezar a convertirse en un ideal, un camino a seguir. “Yo de grande quiero ser maestro, maestra…” dirán algunos infantes y adolescentes.
El segundo momento lo ubicamos en tiempos de la formación profesional, por lo que la docencia es una de las primeras e importantes decisiones de la adultez joven: se construye y configura subjetivamente una identidad docente, en ciernes, en preparación, pero con una clara estructuración temporal de la práctica futura, con proyecciones, sueños y una imaginación que permite vislumbrar el futuro actuar en las aulas.
El tercer momento es cuando la docencia es ya el modus vivendi de una persona: se ha asumido la responsabilidad y se han tomado las riendas de lo que pasa en el aula, al mismo tiempo que se descubre que se vive bajo el escrutinio, la supervisión y el juicio de muchos ojos —madres, padres, supervisores, directores, políticos, hasta influencers y otros más-, que cuestionan la labor aún sin estar dentro del salón de clases, viviendo las y los docentes una suerte de confrontación de las fantasías previas con la realidad, así como una desvalorización económica de la labor realizada, lo cual sólo puede ser compensado por la satisfacción personal o el reconocimiento de otros del trabajo realizado. Es el momento de mayor duración, contempla toda la vida laboral y, por el tiempo que dura precisamente y por los mismos cambios que vienen con la edad en las diferentes etapas, la identidad docente se reconstruye y resignifica de forma permanente.
Pudiéramos contemplar dos posibilidades más; sin embargo, serían momentos que no todo docente vive: uno sería obtener una plaza directiva, sindical o política, con lo cual se reduce su acercamiento con las aulas y con el estudiantado, llegando incluso a perder la empatía con maestros y maestras frente a grupo, y la otra sería lograr una jubilación, lo cual cada vez es menos probable, tanto por la precariedad de las pensiones, así como por las reformas a las leyes que tienden a poner cada vez más candados para que la gente no pueda aspirar a vivir sus últimos años de una forma digna después de años de servicio en bien de una familia, una comunidad, un país, el mundo…
Independientemente del lugar desde donde se mire y analice la docencia, es innegable que hay en cada docente una actitud de servicio y una postura ética en donde se parte de buscar un bien para otro, del que regularmente no se recibe mucho: de ahí lo incomprensible del cuestionamiento sobre su vocación que muchos suelen hacer en redes, lo cual pueden hacer gracias a que aprendieron a leer y a escribir por un docente, obviamente. La única duda que a muchos nos queda, considerando lo previamente escrito, es la siguiente: con un escenario tan adverso, ¿cómo es posible que siga habiendo personas que construyen o reconstruyen su identidad, su ser docente?, ¿vocación, necesidad o misterio? Usted decida.

*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]

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