La confianza: educadora
Miguel Bazdresch Parada*
Educar, la educación cada día se expande, sea por demanda, por imposición, por necesidad. Las personas confiamos en la educación de una forma totalizante: estar educado es el pasaporte para la solución a los más importantes problemas de la vida. Por eso, cuando la educación empieza a dar noticia sobre su debilidad o su impotencia, las personas y las comunidades empiezan a desconfiar de la educación independiente de las características concretas que utilice.
¿Cuándo y porqué se considera a la educación inútil o insatisfactoria? Por ejemplo, cuando alguien certificado en alguna profesión no consigue trabajo. Cuando un joven, alumno de la preparatoria, termina en brazos de la delincuencia. Cuando una persona con doce años de escuela no quiere estudiar más porque se da cuenta que la clave económica no está en emplearse sino en poner un negocio propio, aunque se ha aliado con otros que piensan igual, aunque el negocio inicial sea un puesto de tacos o tortas en algún local improvisado en la colonia donde habita.
Esa insatisfacción viene de una pérdida de confianza en la escuela, y los frutos de asistir y estudiar en ésta. La confianza que se pierde nació cuando se consideraba a la escuela la vía para “triunfar” en la vida. La desconfianza, muy temible, aparece cuando los hechos no confirman las imágenes previas del resultado de asistir a la escuela. ¿Dónde está la equivocación? ¿En creer, en el confiar en la escuela? ¿En desconocer que la escuela no puede producir “triunfadores” por sí sola? ¿En el “desempate” entre lo que ofrece la escuela como medio de superación y lo que el estudiante está dispuesto a hacer, y por tanto, lo que no hace o sólo lo simula? ¿Es la escuela una equivocación o es el estudiante el incapaz?
Laurence Cornu (“La confianza en las relaciones pedagógicas” en www.sadlobos.com) en un texto nos avisa: “La confianza es, en primer lugar, cotidiana, no podríamos sobrevivir si no tuviéramos permanentemente confianza, aunque más no sea en aquellos que nos rodean. La familiaridad no alcanza para definir la confianza, la confianza que nos interesa aquí es aquella que hace acto, que está presente, que se constata, no solamente la costumbre (uno sabe cómo van a responder los próximos) sino el hecho de tomar un riesgo cuando hay algo que se presenta como desconocido, en particular ‘alguien‘.”
Este mismo autor nos ayuda a reconocer de cómo el ser humano vive porque “… recién nacido no tiene opción, no puede elegir. La confianza es una experiencia inicial y determinante… La confianza es una experiencia inicial y determinante para el ser hablante y deseante… Por su situación que lo deja librado al cuidado del otro… al niño no le queda otra posibilidad que tener confianza en ese adulto, es decir, no tiene otra alternativa(…) El niño, teniendo esta confianza, queda totalmente librado al poder del otro, pero, en contraparte, el deber del maestro es el de no reducirlo a esta impotencia. Se trata entonces de responder a la confianza del niño dando confianza al niño.”
Esa confianza es la que debe recibir de los maestros, de los mayores, de los educadores. Si falta esa confianza, a la larga, tendremos una persona desconfiada de la escuela y de la educación y por tanto orillado al fracaso, por desconfiar de quien se acerque.
*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]