La ciencia ¿para qué?
Marco Antonio González Villa*
El tema es difícil de abordar, porque nos lleva a reflexionar en torno al sentido social que tiene, al mismo tiempo que nos lleva a pensar cuál ha sido su historia y quiénes son sus responsables operativos.
Empezando por el último punto tendríamos que responder, no de manera sarcástica, aunque lo parezca, que los científicos son dichos responsables; es un hecho que la ciencia y los científicos podemos señalar que surgieron, tal y como se les conoce hoy, prácticamente con la Modernidad en el siglo XVII de la mano de Newton y Descartes. Actualmente, se tiene esta idea común, apoyada por internet, de pensar en el científico como alguien de bata trabajando en un laboratorio, comúnmente de biología, física, química, medicina, farmacología, entre otras, es decir, ciencias médico-biológicas o experimentales inventando o descubriendo algo, en oposición al científico-investigador social que tiende a vestirse casual para mezclarse con las comunidades y no generar distancia y que tiende a generar resultados cualitativos centrados en la voz de los investigados, que contrastan con la objetividad y lo cuantitativo propuesto por los hacedores de ciencia previamente referidos; hay incluso discusiones históricas en torno a las ciencias biológicas contra las ciencias del espíritu en donde recordamos los abordajes de Dilthey o de Popper o las duras críticas de Bunge, entre otros, por ejemplo. No obstante, pese a sus diferencias epistémicas y metodológicas, tienen un elemento en común innegable: lo que ambos generan es un conocimiento relativo, no verdades incuestionables, por tanto, no son totalmente generalizables a otros espacios o a otros tiempos.
Pero es aquí donde radica su esencia y hambre por el saber: si generara verdades sería probablemente una religión, ya que no se podría cuestionar nada y serán invariables cada uno de sus preceptos; no habría nada nuevo por descubrir. Sin embargo, mucho en parte gracias al avance de la tecnología y los cambios sociales, la ciencia, cuantitativa o cualitativa, genera conocimientos los cuales cambiarán o tendrán mayor profundidad y/o espectro con el paso del tiempo. El conocimiento es situado, como es común en las ciencias del espíritu, o depende del alcance tecnológico, como en las ciencias biológicas poniendo de ejemplo la potencia que ha ido alcanzando con el tiempo el microscopio, permitiendo encontrar cada vez nuevos universos diminutos que borran las versiones anteriores.
EL problema de la ciencia, además de ser un área de poco interés para la mayoría de la población que sólo goza de sus hallazgos, es que requiere de financiamiento, desde siempre, ya sea de parte de los Medici, la fundación Rockefeller o de CONAHCYT, entre muchas otras organizaciones benefactoras a lo largo de la historia, con el gran pero de que apoyarán las investigaciones científicas que consideren buenas desde sus ópticas y no desde la propia óptica del científico. Por cierto, los que nos dedicamos a las Ciencias de la Educación recibimos poca ayuda en nuestra intención por contribuir con conocimientos, pero ahí seguimos; de hecho, dudo que nos vean como científicos.
Hacer ciencia entonces sigue siendo labor de unos cuantos aferrados a querer innovar, descubrir, proponer, inventar, cuestionar, señalar… una intención de querer transformar el mundo o ver más allá. Suena a rebeldía en un mundo que no persigue el conocimiento, así que sigamos por este camino, igual y un día cambiamos el rumbo de las cosas. ¿no se lee bonito? Hagamos ciencia ¿no?
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]