Invasiones

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

El filósofo Habermas asignó la expresión “colonización del mundo de la vida” a una etapa de la evolución de las sociedades en que las actividades y preocupaciones laborales invaden la sociabilidad y el ocio de los humanos. Una manifestación creciente desde marzo del 2020, con el aislamiento social al que nos ha llevado la pandemia, ha sido la invasión de la intimidad que hemos hecho unos de otros. A través de las pantallas de los teléfonos celulares y de las computadoras nos damos cuenta de los contextos de trabajo y de vivienda de nuestros interlocutores. Podemos ver el mobiliario, la calidad de las paredes, cortinas o ventanas, las personas que transitan por el lugar. Nos enteramos incluso de lo que se ve en pantallas ajenas en diálogos en los que no estuvimos presentes, pero que podemos presenciar gracias a que fueron grabados o a que se volvieron famosos o infames por determinadas declaraciones o por quienes y en qué condiciones aparecieron en el fondo.
En buena medida, la electricidad y los aparatos electrónicos han empujado los límites de la actuación y de la observación humana hacia horizontes que antes eran sólo fantasías. La actividad de ocio y de trabajo se ha ampliado más allá de las horas de sol, al igual que los límites de actuación en el espacio se han podido ampliar a lugares antes irrespirables. Al igual que las esperanzas de vida, los alcances de nuestra curiosidad se han prolongado a niveles que generaciones atrás eran considerados ilusorios. Las tecnologías han empujado nuevas exploraciones y los afanes de exploración han sido la base para desarrollar más tecnologías.
A lo largo de la historia de la humanidad se han desatado invasiones y colonizaciones para apoderarse de territorios y de sus recursos, entre ellos la mano de obra de otras latitudes. Se han ampliado las fronteras territoriales y se han estrechado las garras del control de los espacios, los horarios y las actividades de los subordinados, a los que se les conserva pos su capacidad de ser explotados y oprimidos. Por más que se ha hablado de reducir el trabajo infantil, a los menores se les ha utilizado cada vez más como pretexto para ampliar el consumo y extraer recursos financieros y trabajo (¿productivo? ¿improductivo?) de los miembros de sus familias en edad de trabajar. Por más que nos quejamos de que a determinada edad ya es difícil conseguir empleo, aun cuando se hayan ampliado los márgenes de la esperanza de vida productiva, seguimos en la lucha por postergar la edad de retiro y por ser reconocidos como personas que aportan valor a la sociedad.
Esta sempiterna tendencia a la invasión y a la novedad se han combinado bajo las condiciones de la pandemia. Muchas personas han ampliado sus horarios de estudio y de realización de tareas a distancia. Han permanecido frente a sus pantallas sacrificando horas de sueño y, en un ilusorio sucedáneo de ocio, han aprovechado su estancia frente a las pantallas para contemplar más videos, escuchar más música, comunicarse con amigos distantes a altas horas de la noche. Ese sacrificio de horas de sueño, que recientemente se ha denominado “vamping” constituye una invasión, con nuestro consentimiento, de las horas que nuestros cuerpos requieren para recuperar la salud física y mental.
Si en meses recientes hemos vaciado las aulas, también hemos roto con muchas de las rutinas, horarios, separaciones entre trabajo y ocio que nos permitían realizar otros proyectos distintos al trabajo o al estudio más inmediatos. Lo que no necesariamente significa que hayamos alcanzado ni el futuro deseado ni el fin de la historia.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com