Inteligencia artificial

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La creación de una máquina que tenga conciencia de sí es la obsesión de los hombres de ciencia del siglo XXI.
La literatura fantástica aporta esta posibilidad, empezando por Pinocho: un muñeco de madera a quien la magia de un hada convirtió en persona.
La cibernética ha conseguido avances notables. Las máquinas aprenden e interactúan con las personas en sus actividades cotidianas. A eso se le denomina “internet de las cosas”. Los programas más vanguardistas tienen la característica de ampliar su conocimiento y adaptarse las necesidades de los usuarios.
Hasta el momento, no existe una máquina que sepa que es máquina ni tenga la habilidad lingüística –por eso racional– para persuadir a otros. A diferencia de las personas, todas tienen límite. Aunque los conocimientos sean superiores en cantidad y en complejidad.
La cantidad de conocimientos no hace que una persona lo sea. Las máquinas pueden superarnos. La ventaja de los humanos está en reconocer qué es lo que no sabemos, tener la potencialidad para saberlo (distinguir en dónde se puede adquirir ese conocimiento) e interactuar con otros para obtener un beneficio a partir de la sutileza racional. Aunque se trate de afecto.
Es decir, la finitud de la inteligencia artificial radica en para qué se sabe lo sabido. El conocimiento de las cosas (la naturaleza, las ciencias) nos facilita la vida cotidiana. Los seres humanos somos capaces de llevar a cabo analogías: transferir un aprendizaje a un contexto y situación distintas. Y provocar que otros lo aprendan no desde la exposición depurada sino desde la retroalimentación compasiva.Existen plataformas digitales destinadas a generar aprendizajes, pero la presencia del maestro es insustituible en el sentido de la capacidad de éste para despertar empatía, enseñar mediante signos de signos y modelar una conducta como el canon de lo humano, de lo bueno. Las máquinas nunca serán capaces de lograr eso.
Según los especialistas de los últimos años, existen diferentes tipos de inteligencia: emocional, social… Si existen tales cosas, todas se resumen en lo mismo: la destreza para solucionar un problema, más allá de la esfera donde nos desenvolvemos. Inteligencia en tanto seamos capaces de identificarlo (el problema), plantear soluciones posibles y ejecutarlas. Y aprender de la experiencia.
La inteligencia artificial se sustenta en un conglomerado de conocimientos y la capacidad para “entender” y deducir nuevos hasta la barrera de lo consciente y la imposibilidad para provocar que otros aprendan.
Las computadoras son capaces de presentar escenarios políticos, económicos y sociales ante la toma de una decisión virtual. Esta competencia permite la prescindibilidad de un gobernante, por ejemplo. Así las cosas, la inteligencia artificial podría empezar por desplazar los puestos de elección pública y sustituirlos por capturistas de datos que proporcionen opciones a distancia para votar por la que resultara más conveniente.
La verdadera inteligencia artificial no se reduce a una computadora que juega una partida de ajedrez sino a una capaz de entender un chiste, inventar un albur y emocionarse con un poema de Eliseo Diego. Tal vez en este momento, en alguna parte del mundo, haya un Pinocho a punto de ser tocado por un hada.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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