Idiomas

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

No es precisamente el largo nombre de Józef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski lo que lo ha llevado a la fama literario, pues, conocido simplemente como Joseph Conrad (1857-1924) ha resaltado por algunas de sus novelas, que han sido llevadas a la pantalla por sus relatos realistas. De él escribió Borges que se trataba del “máximo novelista”, según cita Paul O’Prey en una introducción de 1973 a la novela de Conrad de 1902, Heart of Darkness. De origen ucraniano, en territorio ocupado por el imperio ruso, de padres que hablaban polaco y un padre capaz de traducir textos clásicos del inglés y el francés al polaco, Conrad optó por escribir en inglés, en vez de francés (más detalles aquí: https://ricardonudelman.com/joseph-conrad/), aunque luego se quejó de las dificultades de su lengua adoptiva. Cita O’Prey: “…no English word has clean edges”, pues “all English words are Instruments for exciting blurred emotions” (ninguna palabra inglesa tiene contornos definidos… todas las palabras en inglés son instrumentos para estimular emociones imprecisas).

Jorge Luis Borges (1899-1986) señala a Joseph Conrad como el modelo a seguir para la novela, pues lo califica de “el máximo novelista”. Ese mismo autor argentino, que aprendió inglés desde muy joven, señala su preferencia por el idioma alemán e incluso realiza para éste un breve homenaje poético (https://www.poeticous.com/borges/al-idioma-aleman?locale=es). Las influencias de autores como Conrad y Borges se dejan ver no sólo por su enorme cantidad de lectores en los idiomas en los que escribieron, sino por la cantidad de idiomas a los que se vertieron sus escritos, además de las alusiones a formas de pensar provenientes de otras culturas. Para el caso de la relación de Borges con el pensamiento en inglés, hay quien rastrea las influencias de su padre, Jorge Guillermo, y de Macedonio Fernández para que Jorge Luis se enfrascara en la lectura del pragmatista William James (https://www.um.es/tonosdigital/znum14/secciones/estudios-3-borges.htm). Lo que deseo resaltar en las líneas que siguen es que tanto el manejo de las lenguas en forma oral como escrita, como la relación con obras provenientes de otras culturas, suelen abrirnos enormes y laberínticas posibilidades de aprendizaje.

Por una parte, cada idioma nos da acceso a la expresión de nuestros sentimientos e ideas. Y lo hace dentro de un contexto relativamente limitado de expresiones. Los sinónimos en un idioma constituyen un conjunto finito, pero recurrir a términos provenientes de otros idiomas amplía las fronteras de los expresable. Incluso quienes no leen más de un idioma pueden acceder a otras culturas, provenientes de otros idiomas, por medio de traducciones, aun cuando no se capten todas las posibilidades de determinadas expresiones en los idiomas desde los que se traduce. De tal modo que quienes manejan los idiomas de origen de los textos que leen traducidos en algunas ocasiones logran apreciar algunos giros que no llegan a expresarse en los idiomas a los que se vierten los textos. Dos casos a los que me remiten mi memoria son los textos de Lewis Carroll y de Arthur Milne, específicamente sus textos de Alicia (en el país de las maravillas y a través del espejo) y de Winnie the Pooh, los cuales no sólo han sido traducidos a diversos idiomas, sino que han servido de inspiración para redactar otras reflexiones respecto la infancia, el manejo del lenguaje en diversos contextos e incluso acerca de la inquietud filosófica que se expresa durante el aprendizaje de las lenguas. Por una parte, los textos originales dicen mucho más de lo que logran expresar sus traducciones, un reto que plantea grandes dificultades a quienes los vierten a otros idiomas, por los juegos de palabras que se expresan en inglés pero que no tienen correspondencia directa en otros idiomas. Por otro lado, las alusiones a la cultura de las épocas de estos autores no siempre llegan a cristalizar en las traducciones que “localizan” y “actualizan” las referencias culturales originales. Las referencias culturales no se agotan en los “hechos objetivos”, sino también en las referencias que pueden darse a niveles psicoanalíticos, como ilustra Borges (http://www.ub.edu/las_nubes/archivo/15/nubesyclaros/textos/borges.html) respecto a los sueños de Carroll. En su prólogo a las obras completas de Carroll, el mismo Borges abunda en la idea del sueño y también en el problema de la ambigüedad del lenguaje (https://borgestodoelanio.blogspot.com/2018/08/jorge-luis-borges-lewis-carroll-prologo.html): “que acecha en las locuciones comunes”.

Otro Jorge, argentino también, Fondebrider, referente de la traducción en Argentina, señala cómo a la novela de Conrad El CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS, referida arriba en inglés, no se le hace justicia en la película que basó su guión en ella: “Apocalypse Now” (https://www.infobae.com/grandes-libros/2021/04/17/corazon-de-las-tinieblas-el-clasico-de-conrad-regresa-en-una-traduccion-moderna-y-erudita/). Cabe destacar la idea de Umberto Eco (1932-2016), de que la traducción no sólo se hace de un idioma a otros, sino también entre lenguajes. Así: una traducción de un texto a una película también constituye una forma de expresar lo mismo de otro modo o, como lo expresa en su libro “decir casi lo mismo”.

Es frecuente que quien aprenda un idioma adicional al que habla, escribe y lee desde su infancia procure tener la traducción del segundo al primero o, ya que comienza a expresarse, cómo traducir del primero al segundo. Es ahí donde nos damos cuenta de que la expresión que Eco añade en el título de su libro es pertinente. “Casi” se expresa lo mismo, pero no siempre se trasladan todas las connotaciones y referencias que se derivan en el idioma original. De ahí que Jorge Fondebrider incluyera cerca de doscientas notas para explicar la traducción del texto de Conrad. Como vemos en las obras de Milne y de Carroll, la expresión textual en un idioma no equivale a las expresiones en otros idiomas. Aún dentro de los idiomas, la “localización” (ajustar la traducción al lenguaje de un espacio), y la “actualización” (ajustar el idioma de destino a expresiones de estos tiempos, cuando el texto proviene de épocas idas).

Sabemos de múltiples intentos de convertir a los idiomas en formas hegemónicas de expresión. Lo sabemos del latín, del francés, del alemán, del inglés. La construcción de “linguae francae” para el comercio o las publicaciones y comunicaciones académicas es un proceso que lleva décadas o siglos y que, eventualmente, resulta en la sustitución de una lengua por otra. La forma de pensar e imaginar el mundo asume posibilidades múltiples cuando se accede al aprendizaje de nuevos idiomas, sea dentro de la familia lingüística (por ejemplo, para quienes hablamos español, otras lenguas romances como el francés, el portugués o el italiano) o en el “exterior” para pasar a alguna otra familia lingüística (inglés, chino, japonés, alemán, coreano, por mencionar algunos).

Los otros idiomas nos abren puertas y también nos desconciertan. Hay quienes se afanan en evitar que se hablen otros idiomas y obligan a los recién llegados o a los hablantes cuyos territorios conquistan, a hablar la lengua que ellos consideran civilizados. En su afán de hacer de la raza aria y de su idioma, el alemán, el más reconocido en el mundo, el austriaco Adolf Hitler ordenó retirar las expresiones de los espacios públicos como “telefon” y las hizo sustituir por “Fernsprecher”, lo que siguió significando lo mismo, sólo que en vez de raíces griegas, era palabra compuesta de dos términos alemanes. Todavía hoy en el siglo XXI se pueden apreciar algunos vestigios de estos aparatos idiomáticos en algunos puntos de Berlín, escritos con letras góticas.

Hace algunos años, viajé a Corinto con un primo y me desconcertó en gran medida que, a pesar de que ese lugar a cuyos habitantes San Pablo escribiera misivas y que se parece tanto a Guasave, Sinaloa, sus habitantes no hablaran con acento sinaloense. Mi primo comentaba que sería muy difícil comunicarse con esos griegos y se preguntaba por qué no hacían que todos habláramos algo más “civilizado” como inglés (si sus ambigüedades pueden considerarse civilización, además de ser un reto lingüístico constante). Mientras platicábamos, en español, acerca de nuestras dificultades para comprender una lengua, se acercó a nosotros un hombre que nos espetó en perfecto español: “¿cómo dicen que no hablan griego si conocen la gramática, la matemática, la aerodinámica, la hemoglobina, la teología, la microbiología y hasta la etimología?”. Ciertamente, muchas de las expresiones en diversos idiomas recogen raíces y expresiones que provienen del griego y del latín y, a veces con desconcierto encontramos galicismos y anglicismos en los discursos de personas que tampoco hablan francés ni inglés, pero bien que salpican con algunos neologismos provenientes de esos rumbos idiomáticos.

Una lección que se desprende del contacto con otros idiomas, sea en textos, películas, podcasts, en las pláticas que escuchamos de personas que visitan nuestra ciudad, es que aprender otros idiomas nos ayuda a apreciar otras realidades, además de otras gramáticas, propias no sólo de la lengua, sino también de otras culturas. Aprender otros idiomas nos ayuda a comprender más realidades e incluso modifica nuestros rangos de expresión y altera nuestra personalidad. Hay quien dice que una persona que habla o comprende varios idiomas asume diferentes personalidades, según sea el idioma en que se exprese en ese momento.

Rolando Costa Picazo, en su texto “Los problemas de la traducción” (2012) (https://www.cervantesvirtual.com/obra/los-problemas-de-la-traduccion/) señala que a los traductores se les exige no dejar nada fuera, y a la vez no añadir de su propia cosecha. La literalidad, la puntuación, los diálogos, las alusiones, las expresiones cotidianas, son algunos de los muchos problemas que se enfrenta quien maneja más de un idioma y quiere trasladar los significados de un idioma a otro. Ese problema se convierte en más urgente y acuciante cuando se piensa en cómo las personas que se encuentran ante un juzgado en un lugar en donde se habla otro idioma han de expresarse para que llegue el mensaje. Lo sabemos de los migrantes que se enfrentan a los jueces en sesiones en las que se decide si serán deportados o se les concederá permanecer en un territorio; lo vimos en los juicios de Nuremberg, de los que se afirma que los militares asignados a interpretar o traducir no necesariamente manejaban, ni siquiera medianamente, los idiomas en los que se realizaba el proceso; lo vimos recientemente en el caso de los afganos que funcionaron de intérpretes para los ejércitos que estuvieron veinte años en Afganistán y que luego fueron vistos como “traidores” a la causa Talibán.

Me enteré hace pocos días que se elabora un documental que tiene como tema central la trayectoria del traductor Juan José Utrilla (nacido en 1932: http://www.elem.mx/autor/datos/106069), según me comenta la cineasta Alejandra Islas. Parte de su visión del proceso de verter de un idioma a otro lo narra el mismo Utrilla en “El oficio de traductor”, la extinta revista de UdeG Estudios Sociales: (http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/estusoc/testimonios2.pdf). Por otra parte, en “The Task of the Translator”, Walter Benjamin (1892-1940) plantea qué caso tiene “decir lo mismo” otra vez, aunque de otro modo. Y señala la noción de expresar algo para quienes no entienden el idioma original en que fue escrito (https://german.yale.edu/sites/default/files/benjamin_translators_task.pdf).

Emily Apter (nacida en 1954) utiliza la expresión “trasnacionalismo translacional” en su discusión de la literatura comparada en un capítulo (The Translation Zone; 2006: p. 87) en donde discute la noción de que “nada es traducible”, en contraste con la noción de que “todo es traducible”. Esta autora señala cómo las diversas difusiones de los idiomas están relacionadas con un pasado colonialista. No sería deseable conservar las relaciones de explotación colonialista pero tampoco borrar las influencias literarias de los pasados encuentros culturales entre diversas sociedades del planeta. El área “francófona” o “latinoamericana” y la amplia difusión de las lenguas romances no habrían de separarse en “comunidades” lingüísticas de su tipo, como se ha hecho en algunas propuestas de que son incomparables las poéticas y literaturas de las lenguas del este de Asia frente a lenguas europeas o vigentes en otros territorios.

Los idiomas seguirán fascinándonos e inquietándonos, como señala mi colega Arely Medina en un comentario en un espacio que algunos traducen como “el caralibro”: “…cuando queremos publicar en inglés nos leen y nos comentan con pensamiento anglosajón, qué difícil se me hace expresar lo que en español y América latina puedo decir, sobre todo porque ¡somos rolleros pues! Dirán que son tecnicismos, y que todo tiene traducción, y sí pues , pero del dicho al hecho hay un trecho epistemológico/cultural” (Arely Medina en FB).

Para quienes se insertan en otros contextos lingüísticos, sus lenguas maternas suelen percibirse como mejores vehículos para expresar sus ideas y sus sensaciones, como señala Natalia Sylvester cuando afirma “Some Words Feel Truer in Spanish” y narra la experiencia de preguntar “¿cómo se dice? O “How do you say”. Narra cómo sus días, a los cuatro años de edad, estuvieron llenos de reglas gramaticales en su esfuerzo por aprender inglés a partir de su llegada desde Perú (New York Times, 13 de abril de 2024). A las palabras en español solía llamarlas palabras del corazón y del hogar, pues le sonaban más verdaderas en su expresión que las aprendidas en el nuevo idioma.

Aun cuando no aspiremos a emular a Borges, quien traducía del inglés contemporáneo y antiguo, del nórdico, del francés y del alemán, acercarnos a otras herramientas para la expresión del pensamiento nos ayudará a conocer nuevas perspectivas y realidades. Muchos no llegaremos a traducir como forma de vida, aunque sí vale la pena tener en cuenta el acertijo que plantea Adam Kotas, el sacerdote de origen polaco que se educó en Estados Unidos y que pronunciaba sus homilías en español (hasta ser expulsado recientemente de la Iglesia católica): “¿Cómo se le llama a alguien que habla dos idiomas?: bilingüe; ¿a quien habla más de dos idiomas?: políglota; ¿y a quién sólo habla un idioma?: gringo”. Finalmente, la influencia cultural impacta en la manera en que cada colectivo lingüístico percibe y expresa la realidad circundante: (https://www.redalyc.org/pdf/311/31121089002.pdf).

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Francisco Millán
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    Entonces hay algo de cierto cuando se menciona al traductor como un traicionero. Expresa la traductora venezolana Virginia Pacheco que “La expresión italiana ‘traduttore, traditore’ se traduce como “traductor, traidor” y hace referencia a la imprecisión que hay implícita del acto de traducir.”

    Interesante y fascinante el artículo..
    Gracias Rodolfo.

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