Horas-nalga
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Este sencillo término ha expresado, desde hace décadas, la noción que contrapone a las burocracias interesadas en controlar la cantidad de horas dedicadas a estar en el lugar de trabajo con los trabajadores que saben que no por mucho madrugar ni por mucho desvelar, se produce más. Las posiciones a favor y en contra tienen un sinfín de variantes. Quizá más variantes que las posturas que es posible asumir al posar los glúteos en sillas, bancos, asientos de vehículos, aceras y jardineras. Las ventajas y las desventajas de tener trabajadores culiatornillados para instituciones y empresas suelen contrastar con las atingentes a las de trabajadores y sus familias. No detallaré todas las alternativas posibles, pues seguramente quien lea este texto tendrá argumentos que presentar a favor y en contra, según sea su propia experiencia y sus hábitos de trabajo. Lo que sí resalta es que las horas-nalga son un recurso favorito de las altas burocracias que quieren asegurar que las bajas burocracias permanezcan cerca de escritorios, ventanillas, documentos, clientes, pacientes, portales, sellos, computadoras, camas de hospital, jefes, o de otros trabajadores con los que han de colaborar.
Durante 2020 y 2021, a raíz de los experimentos casi espontáneos en diversos ambientes de trabajo, algunos investigadores tuvieron la disciplina de preguntarse qué estaría pasando con los trabajadores que tuvieron que aislarse unos de otros para no contagiarse de Covid-19 y, a la vez, seguir en contacto. Para muchas personas, las comunicaciones a través de pantallas, que complementarían las llamadas telefónicas y los correos electrónicos, se convirtieron a tal grado en la opción sensata para trabajar que, una vez reducidos los niveles de letalidad y peligrosidad de los virus, optaron por seguir con esas distancias. En las escuelas lo vivimos. Sufrimos al tener que alejarnos, gozamos al volver a vernos aunque fuera en dos dimensiones, aprendimos a manejar tecnologías que combinaban audio y video en nuestras computadoras con la posibilidad de escribir mensajes dirigidos a varias personas que asistían simultáneamente a las sesiones virtuales. Medidas en horas-nalga, las interacciones en lo más álgido de la pandemia se elevaron a tal grado que dieron lugar a otro tipo de estrés: muchos docentes, padres de familia y estudiantes se quejaron de que esas tecnologías les significaban muchas más horas de conexión que el tiempo que pasaban en las escuelas antes de que se desencadenara en que muchos denominaron “el maldito bicho”.
Las burocracias de todo tipo, incluidas las escolares, no estaban muy contentas de no tener “evidencias” del trabajo. Además de las clases virtuales, hubimos de asistir a exámenes profesionales virtuales en los que debía estar presente, además de grabarse la sesión, algún representante de las autoridades para que diera fe que se había realizado el examen. Aun cuando ese tipo de experiencias comenzaba a ponerse de moda gracias a esas tecnologías que antecedieron a la pandemia, los exámenes y sesiones virtuales nos sirvieron no sólo para no intercambiar fluidos con colegas, sino para evitar viajes que nos obligarían a tener contactos con personas de moco y baba potencialmente mortales.
Después del periodo de insistencia en las pruebas y luego unos meses de vacunas, las burocracias han vuelto a la carga en esta nueva etapa de circulación como si ya no hubiera virus y bichos esos. Especialmente las burocracias universitarias proponen que eso de que la gente haga horas-nalga solamente en su casa no les convence, pues habrá quien se pare de su silla aprovechando que puede silenciar el audio y bloquear la cámara, como ya se vio que hacían muchos estudiantes durante la sesión entera de clases, seminarios voluntarios, conferencias, webinars y otros anglicismos, así como lo hacían muchos docentes que aprovechaban para tomarse el cafecito, barrer y trapear sus casas, tender la ropa recién lavada, lavar la loza o incluso preparar la siguiente clase mientras estaban presentes en la reunión virtual vigente.
Las horas-nalga en las instituciones escolares regresan, pero con una revancha. Al menos en la Universidad de Guadalajara (que tiene centros en casi todo Jalisco y en varias partes de la zona metropolitana, a pesar de que su nombre corresponda sólo al de la capital del estado), este control burocrático no es tan parejo y no se obliga a todos los docentes a poner sus nalgas en las sillas tras haber puesto sus huellas digitales en los aparatos diseñados y luego comprados para el prepósito de medir con toda exactitud micro-crónica la cantidad de segundos que los docentes han de permanecer en sus centros escolares. La discusión está apenas por comenzar en algunos otros centros universitarios, como el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), en donde se anuncia ya que los docentes habremos de cumplir con las horas-nalga estipuladas en nuestros contratos. Para profesiones como historia, que requieren trabajo en archivos que no están en el campus; como antropología y sociología, que requiere trabajo de campo con gente que quizá ni conoce el centro universitario; como derecho, que requiere visitar juzgados y otros ámbitos de actuación jurídica; para actividades de divulgación por radio, televisión o en auditorios que no están dentro del centro universitario; o para observaciones y exploraciones urbanas y rurales que no se limitan a lo que sucede en un centro universitario, vale la pena reflexionar en los hallazgos de un estudio reciente: ¿ayuda a la creatividad el cumplir con determinadas cuotas de horas-nalga? ¿De qué manera las ciencias sociales entrarán también en las dinámicas del burn-out que suele manifestarse en profesiones de la salud en donde se estila estar de guardia en hospitales y otros centros de atención por una cantidad de horas fijas?
A las burocracias empeñadas en el control de los científicos sociales, quizá habría que darles una palmadita en la espalda, sonreírles y simplemente comentarles: “¡suerte con eso!”. Estarán ampliando el campo de los estudios sociales de la burocracia que siempre se frustra tanto al no lograr los controles neuróticos que tanto los han caracterizado. Sin necesidad de que lean a George Orwell y traten de emular, sin éxito, al Big Brother, al menos podemos recomendarles la lectura de un reporte reciente. Ya sacarán, lectoras y lectores, sus conclusiones de la efectividad de las horas-nalga en disciplinas como las ciencias sociales. El dinero gastado en equipos de medición de las horas-nalga bien podría haber servido para dotar de sillones o equipo para una cafetería más decente en el mencionado centro universitario.
El reporte acerca de la relación entre los horarios flexibles y la productividad se encuentra aquí: How working-time flexibility affects workers’ productivity in a routine job (iza.org). Ahí se puede acceder al estudio de Marie Boltz, Bart Cockx, Ana Maria Diaz, Luz Magdalena Salas del 2021 en detalle. Como decía mi querido sobrino Emilio en sus años mozos: “que esto quedaba en ‘continuará’, tío”. Ciertamente, vendrá una estimulante y divertida discusión a lo largo de los siguientes meses, hasta que se vuelvan obsoletos los crono-medidores de horas-nalga.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com