Homo sovieticus

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

“Nie rabotaiét!” (No funciona) era la recomendación celebratoria que hacían los rusos a los siguientes condenados a muerte. La historia señalaba que el ejército soviético tenía a varios prisioneros de guerra a los que les daban la opción de morir fusilados, con una guillotina o en la horca. Pronto descubrieron que la guillotina, sacada de un museo, no funcionaba. Así que era la opción más sensata. Al no funcionar, quedaban indultados. El chiste ruso, que se burla de los alemanes en general, cuenta que al escuchar la recomendación de boca de otros prisioneros, el soldado alemán, preocupado por la eficiencia, acaba por escoger la opción más adecuada para cumplir el objetivo. Así la alternativa más eficiente acabaría por ser la más estúpida.
La expresión sovietskiy cheloviek en la transliteración del ruso, y homo sovieticus en su forma latina, expresa la noción de colectivismo altruista que pretendía cuestionar el egoísmo individualista capitalista. Este término, acuñado por el sociólogo ruso Aleksandr Aleksándrovich Zinóviev (1922-2006) pretendía expresar una indiferencia generalizada a la eficiencia y la productividad, la indiferencia a los robos hormiga en los lugares de trabajo, el aislamiento respecto a los acontecimientos mundiales y una evitación de la responsabilidad individual. De ahí se origina, según parece, la expresión de “la burocracia finge pagarnos y nosotros fingimos trabajar”. La premio Nobel de literatura de 2015, Svetlana Aliéxevich (nacida en 1948), en VOCES DE CHERNÓBIL (2005) ilustra esta actitud ante la vida con diferentes anécdotas tras la explosión, el 26 de abril de 1986, de un reactor y un edificio en la Central Eléctrica Atómica de Chernóbil. Las noticias de la explosión no se dieron a conocer sino hasta días después y se minimizó el alcance de los daños de la radioactividad. Se informaba de un incendio sin mayores consecuencias. Los trabajadores se prepararon a suprimir el incendio sin el equipo de protección adecuado y hubo varios de ellos que, a cambio de aumentos de sueldo o bonificaciones, se aprestaron a atender la contingencia en los momentos de mayor peligrosidad. La ilusión de una dacha (casa de descanso), un coche o mejores ingresos, pesaría más que el riesgo de muerte ante una radiación invisible. Vasili Borísovich Nesterenko, uno de los entrevistados por Aliéxevich, ingeniero y ex director del instituto de energía nuclear de Bielorrusia, afirmó que en las instrucciones para situaciones de guerra nuclear se señala que es necesario aplicar de inmediato una profilaxis a las de yodo a toda la población. Según su narración, Gorbachov llamó para que los bielorrusos no fueran a sembrar el pánico. “En un asía donde lo importante no son los hombres sino el poder, la prioridad del Estado está fuera de toda duda. Y el valor de la vida humana se reduce a cero”. Las autoridades de Bielorrusia dejaron sin utilizar el preparado de yodo en los almacenes que contenían las reservas secretas, en vez aplicarlo al agua y a la leche. “Tenían más miedo de la ira que les podía llegar desde arriba que del átomo. Todo mundo esperaba una llamada de teléfono, una orden. Pero no hacía nada por su cuenta. Se temía la responsabilidad personal”, concluye Nesterenko. En cambio, las autoridades sí utilizaban equipos protectores cuando iban a “supervisar” la zona y habían accedido al tratamiento con yodo para ellos y sus familias. “Todo está bien. No pasa nada malo. Lo único es que, antes de las comidas, lávense las manos”, se le decía a los habitantes de la región que finalmente habría de ser evacuada ante la magnitud de las radiaciones que resultaron mortales. “Al cabo de unos años comprendí que todos nosotros habíamos participado en un crimen, en un complot (…) he comprendido que en la vida las cosas más terribles ocurren en silencio y de manera natural”, expresa Zoya Danílovna Bruk. Inspectora de protección de la naturaleza.
El espíritu comunitario soviético llevó a algunos a un heroísmo que para ellos era simplemente cumplir con un trabajo, como las acciones de neutralizar la radiación y evacuar a los pueblos. La vida se siguió desarrollando en la zona durante un tiempo en el que se intentó minimizar las consecuencias de la explosión nuclear. “Nos sentíamos deprimidos y a la vez con la sensación de cumplir con nuestro deber; es algo que está en nosotros: estar allí donde hay dificultades, donde hay peligro, defender la patria (…) alrededor transcurría la vida pacífica de siempre y por la tele daban comedias. Pero nosotros siempre hemos vivido sumidos en el terror; sabemos vivir en el terror; es nuestro medio natural de vida”, señala una voz del capítulo “el coro del pueblo”.
Las lecciones que se derivan de accidentes, catástrofes, guerras, desgracias, no siempre se hacen explícitas en el momento de la ocurrencia. Lo que sí es notable es que habrá quienes sobredimensionen o menosprecien la magnitud del problema y que se digan “expertos” en acontecimientos inéditos, o que escurran el bulto a los llamados a hacerse responsables. Que no se castigue a los culpables y haya quien sufra las consecuencias de políticas o actitudes de los superiores. La actitud del homo soviéticus, a la vez indiferente y con tendencia a desplazar la responsabilidad (“fueron los comunistas”, “fueron los rusos”, “fueron las autoridades de Moscú que dieron la orden”). Las condiciones de construcción del reactor, se informó después, no habían sido las más adecuadas. Se utilizaron materiales o procedimientos inadecuados con tal de terminar la obra a tiempo y cumplir órdenes, a pesar de que no se hiciera con las condiciones de seguridad necesarias.
¿Qué nos deja de aprendizaje a quienes vivimos en un mundo que ya ha experimentado catástrofes y guerras de magnitudes globales? ¿Cómo nos relacionamos con un mundo que presenta cicatrices y heridas de una profundidad que no se reparará en el tiempo que nos queda de vida? No son pocas las situaciones en que carecemos de una orden para actuar y que, como expresa uno de los testimonios citados arriba, nos quedamos esperando a que la autoridad gire instrucciones. Esta difusión de la responsabilidad se agrava mientras más personas estén en la línea de mando o mientras más se considere que hay otros que pueden y deben resolver el problema en vez de quienes lo observan directamente. Unido al sesgo del conformismo, que explica por qué tendemos a comportarnos y a considerar correcto lo que hacen las personas a nuestros derredor, este comportamiento en suspenso hasta que alguien haga algo, nos lleva, en la vida cotidiana y en los contextos de la educación formal, a eludir la responsabilidad. Así, muchas veces acabamos por culpar a las autoridades de la escuela, de la secretaría, de la universidad, del gobierno estatal o del gobierno federal. Y hay quien simplemente levanta los hombros y se resigna a las decisiones derivadas de los designios divinos. Como ilustran algunos de los testimonios que consigna el libro de Alexiévich, hubo algunos que sabían lo que estaba pasando (“al menos habían leído el libro de física básico”, comentan) y las medidas a aplicar. Pero la indiferencia y la apatía de los involucrados, en espera de información o de órdenes, puede derivar en una inacción a pesar de saber lo que debe hacerse en una situación similar. Habrá quienes permanezcan en una actitud de “no funciona” (las sanciones, los reglamentos, los equipos) y eso resulta ser cosa buena para los intereses de algunos.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Armando Gómez

    ¡Qué texto tan interpelante! Su lectura en vilo, nos deja conmovidos y reflexivos.¡Ojalá nos inspire a actuar en consecuencia, no sólo en el ámbito educativo, sino en todos los demás! Felicidades, Luis Rodolfo: escribiste un texto inolvidable

  • Héctor García Barba

    Impactante!!! Fue un crimen, tal vez menor que el que ocurrió en México, comprando leche en polvo RADIOACTIVA, muy barata, para dársela a niños de escasos recursos, dejando muchos millones de pesos a los políticos asesinos.
    Sería interesante que escribieras al respecto, incluyendo cuando les proporcionaron agua destilada, para curar el cáncer

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