Hojas de color

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

“Es una previsión muy necesaria asumir que no es posible preverlo todo”
J.J. Rousseau

En 30 de agosto se reanudaron actividades presenciales en las escuelas de educación básica con todo lo socialmente esperanzador, con todo lo retador en términos de profilaxis y educación para la salud, que el hecho significa.
La infancia y la adolescencia son estadios de edad en dónde el contacto físico y la asociación con los iguales son constitutivos. Con esta característica, habrá que educar y favorecer la socialización en el contexto de riesgo.
Con una asistencia parcial por razones de organización escalonada de grupos y horarios, por razones de participación voluntaria de los padres de familia sobre todo; con las dificultades mismas de reinstalación de la normalidad por las condiciones materiales de la infraestructura de las escuelas (vandalismo, limitación del sistema educativo para atender todas las necesidades), los uniformes llenaron de color los ingresos a las escuelas y las aulas; los libros de texto gratuitos de composiciones fotográficas coloridas en portadas ya lucen en las manos y mochilas de los niños, niñas y adolescentes.
En las áreas costeras de los estados de Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Colima, Veracruz o en el Estado de México o la Ciudad de México, entre otros, dónde ha habido lluvia intensa y tormentas tropicales, el inicio se ha retrasado unos días más.
Ni el más tierno pequeño que ingresa al jardín de niños, ni el adolescente en crecimiento y desarrollo que este ciclo concluirá su educación secundaria, son hojas en blanco donde hay que escribir agendas cognitivas con apresuramiento ni falsas arenas movedizas de eficacia.
La metáfora de hojas de color por escribirse por los propios sujetos educandos, por la diversidad de perfiles emocionales y por la diversidad de desarrollos intelectuales, tal vez sea más apropiada en este momento en los que se reinventa y se reinstala la ciencia y el infinitivo del acto de aprender en grupo.
Dentro de las vivencias escolares significativas todos evocamos algunos de nuestros primeros días de clase.
Como sucede para nuestra capacidad de comprensión infantil la noción de futuro es inexistente y asistir a la escuela fue en el principio edén-infierno del espacio escolar, un acto de obligación impuesto por la madre o el padre, no ausente de lágrimas.
No pasan muchos días, al final niños, sujetos adaptables; sin percibir el momento, cruzamos el puente de la obligación, el placer y la alegría de asistir a la escuela.
Las letras y los números poco a poco susurran sus códigos de acceso en voz de los maestros, en coparticipación con los compañeros y vecinos de mesabancos y butacas.
La anatomía del ser humano y el mundo penden de un hilo colgados sobre la pared y la varita explicativa señala mientras la voz explicativa convoca miradas y oídos, en un ballet de silencio espectador.
Para los primeros días de clases, nuestra ropa blanca almidonada, nuestro peinado confeccionado por las amorosas manos de la madre y la mochila humilde con más carencia material que de ilusiones, son parte de la escena de aquellos momentos de iniciación en el ritual de la escuela.
Evoco como en una fugaz pincelada de tiempo y polvo, de pertinaz lluvia, charcos de abomos y ranas, de obstáculos por saltar para no pisar los enjambres de hormigas aladas que aterrizan atontadas y buscan alguna pequeña isla de tierra seca; los días del jardín de niños, los días de la escuela primaria, el insoportable hedor de sus baños, por ausencia de agua corriente, el permanente calor, los desconocidos ventiladores y los muros infranqueables y ausentes de color que acotaban visión, libertad y movimiento. Las ventanas altas y selladas.
La escuela y sus aulas, los olores a sudor infantil, las cabelleras en ocasiones mal peinadas, las cabecitas dispuestas, el encuentro con maestros y maestras, el bullicio de la hora de recreo, la entrañable presencia de los amigos y los juegos aprendidos de manera vicaría y a golpe de aprender a perder; antes, mucho antes de aprender a ganar.
Los gritos y algarabía a la hora de la salida, las hojas arrancadas de los ejercicios erráticos en el cesto de la basura, las hojas de papel de los primeros ensayos de buena escritura, de las primeras producciones de dibujo, la bandera nacional infaltable en septiembre y la imposible de dibujar águila y serpiente.
Como fugaz recuerdo de memorias escolares, el salto cualitativo del cuaderno de hojas blancas engrapadas al cuaderno de hojas de espiral dónde había una línea para tu nombre; una de las primeras lecciones de propiedad privada.
El descubrimiento de los gises de colores y el placer de usarlos bajo permiso del profesor en el pizarrón de superficie olivo. Los colores de trazo encerado de las crayolas y la masa multicolor en que las manos inexpertas en el arte del modelado, convertían los cachitos de plastilina.
El color del papel de China y tú primer confetti aún insensible de Amor a la Patria, el recorte del enunciado Viva México para colgar en las cuerdas del pasillo de ingreso a la vieja escuela. En la radio, la voz del presidente Echeverría que ya hablaba de reforma.
No en todas las biografías infantiles pasa igual. Para algunos acudir a la escuela es un acto de sufrimiento que se vive todos los días. La amalgama de sus colores tienden al gris y al obscuro, su geografía personal se detiene en el eclipse de sol.
Para otros hay lugar para la risa, para la felicidad. La innovadora llegada de las hojas de colores de los cuadernos Scribe de cien hojas. Los colores amarillo, azul, verde bajito y rosa. 25 hojas para cada color. Las manitas infantiles que recorrían la epidermis lisa de cada hoja, de cada raya.
El amarillo y su luz de sol atrapada en la hoja sobre la cual hacer hablar el alfabeto, los campos de trigo y las hojas del maíz a punto de cosecha.
El azul del cielo donde el lápiz dibuja las aves, dónde flota ingrávido en el horizonte, el barco aquel convertido en Carabela, tiempo después tripulado por piratas.
El verde de las parcelas del frijol tierno, las cañas y los arrozales, el inacabable vestido de las huizacheras y los sauces al margen de los esteros.
El rosa de los listones que sujetan el pelo de las compañeras del salón de clases, del color de las telas que confecciona la costurera para las fiestas patronales, el color del vestido de la china poblana y de las zinnias del jardín de doña Paula.
El dolor de perder una hoja, el dolor de no hacer las cosas y borronear, las mayúsculas imposibles de la letra cursiva.
Los ojitos curiosos que se apropian del color del papel y lo saludaban, el color de las hojas de papel como primera fiesta e invitación a la composición creativa, como primer resumen del arcoiris de la fiesta de globos y vuelo de papalotes que es aprender.
En el marco del informe de gobierno 2021, a medio sexenio de la Nueva Escuela Mexicana asintomática, el color de un ciclo escolar que ya promete con las risas espontáneas de los niños, con la mirada de amor de la madre que despide en la puerta de la escuela, con el retorno de la profesionalidad ampliada y ética del profesor que da la bienvenida y se dispone a construir de nuevo, los trazos y las coordenadas de su oficio.

*Doctor en educación. Profesor normalista de educación básica. zatarainr@hotmail.com

Comentarios
  • Norma Angélica García Fonseca

    Felicidades Rubén excelente reseña del interés de los niños por la sociabilizacion e interacción del aprendizaje,saludos me hiciste recordar mi tiempo de convivencia en el jardín de niños,primaria, secundaria

  • Griselda Gómez de la Torre

    Agradecida por la donación de su narrativa y la evocación a caminar con la imaginación el viaje a la bella infancia, del encuentro con los iguales en la socialización con los compañeros de escuela cuando de niña.
    Es justo el momento de la integración el que más debemos cuidar como docentes, ya que se imprime como una marca, cuidar el primer acercamiento a la lengua escrita, ese descubrimiento que se hace al relacionar que: “Lo que se habla se puede escribir y lo que se escribe, se puede leer”, es el momento justo en que enganchamos nuestra vida al maravilloso mundo del saber y querer aprender.
    Cómo bien lo puntualiza Dr. Rubén, el inicio de ciclo escolar se inicia afrontando retos y desafíos con actitud estoica para la mayoría de los colectivos escolares dada las condiciones materiales y gestiones en el devenir de logros que permitan ser susceptibles de mejoras en los contextos escolares, estamos inmersos en la tarea.
    El viaje a la infancia y la realidad de las niñas y niños que se incorporan bajo esta nueva realidad, la ambivalencia de privilegiar el derecho a la educación sin descuidar el derecho a la salud en balanza de valores suspendida por una delgada línea de la conciencia social y toma de decisiones desde el hogar, la encrucijada de dejar o no asistir a clases presenciales y los miedos detrás de la responsabilidad de decisión. Sin duda estas generaciones que inician con el corazón y mente dispuesta, tendrán como reto “El principio de incertidumbre”, misma que reina en nuestros espacios educativos y nuestro tiempo, a ser resilientes.

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