Heridas

 In Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Todos tenemos una herida. Muchas, de hecho. Mientras más años, más heridas. Heridas que se continúan, sanan y vuelven a abrirse. Se diría que la herida es la evidencia de que estamos vivos. Sólo los vivos son heridos. Los ángeles no se lastiman. Ni los muertos. Ni las piedras, ni las ideas, ni las cosas que no sean orgánicas. Nadie vivo sale ileso. La vida consiste en abollarse, padecer imperfecciones, enfermar. Las cicatrices son la demostración de lo andado.
Hay heridas del cuerpo y otras que son internas. Del alma, se dice, o del corazón (los enamorados sostienen esto). Los psiquiatras las denominan traumas: deudas de la infancia que condicionan la vida de los adultos. Nos va mal en la vida por culpa de nuestra infancia. O bien. Depende del azar y de la crianza.
No existe un solo ser vivo que no padezca de alguna herida. Vivimos con ello. Raras son —aunque existen— las heridas que tienen fecha. Lugar y causante (ejemplo: las que son por amor). Pero lo natural es que se padezcan y se olviden. En eso consiste la cicatriz: es un recuerdo que guardamos en la piel. Aunque olvidemos por qué.
A veces requieren una costura. Hilo y aguja y tiempo. O solamente merthiolate y paciencia. La mayoría de las heridas pasan inadvertidas. “¿Qué te pasó aquí?”, alguien pregunta un día. “No sé”, se responde con sinceridad y mala memoria. Las cicatrices un día contarán la historia, como hoy el ADN: quiénes somos y qué fue lo que nos pasó.
Los tatuajes son heridas intencionales que se infligen con alevosía sobre el propio cuerpo. Por gusto y por estética y para recordar (cicatrices al fin) algo significativo: el nacimiento de un hijo, el campeonato de un equipo de futbol, una mujer amada… Pero el mensaje central de un tatuaje es el de “sufro porque quiero”; se trata de un dolor decorativo.
Existen heridas para todos los umbrales. Raspones que son tragedias o abandonos que provocan una fiesta. Cada quién su prioridad y callo. Hay pieles gruesas y otras delgaditas. Sangre que mana a chorros y otra que sólo brota cuando se exprime.
Las heridas nos invitan al gregarismo. Restañamos nuestro llanto en compañía. O en pareja. Los valientes y quienes tienen mala fortuna prefieren la soledad. Lo natural son los otros. Por eso el lenguaje, las costumbres (así definió Aristóteles la moral), el afecto. Las heridas nos hermanan, nos dan un origen común.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

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