Hacer una tesis: entre la imposición y la voz del profesional

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

El proceso de elaboración de una tesis implica un trabajo arduo y mucha dedicación, y, pese a ello, es algo que como sociedad necesitamos.
Cada vez son más las escuelas que ofrecen programas de licenciatura y/o posgrado en los que para obtener el título o el grado no es necesario realizar una tesis; sin un afán de ofender o minimizar dichas formas de trabajo, es claro que la idea de generar conocimiento, algo plenamente vinculado a la formación profesional, no es una prioridad y sólo se privilegia la obtención y entrega de los documentos que avalen una formación terminada, con los fines que más convengan al interesado; las opciones se han diversificado, ya que se puede cursar un diplomado, algunos semestres de un posgrado, presentar un examen escrito o simplemente cubrir el 100% de créditos.
Se entiende también que para muchas personas inscritas en una institución que exige su realización, puede llegar a sentirlo como una imposición y como un lamentable filtro para que muchos no se titulen. Esto podría llevarnos a platearnos una primera pregunta ¿quién y qué se escribe en una tesis? Del lado del quién la respuesta pareciera ser obvia, el tesista, el aspirante a obtener un grado académico, sin embargo, aquí podrían advertirse algunas imposiciones. Primero, una tesis se escribe en un lenguaje que le fue inculcado y que no le pertenece, aunque le sea propio, al tesista. Segundo, si la institución solicita elaborar tesis, el trabajo deberá seguir protocolos académicos, de contenido, y administrativos, de forma: en lo académico debe inscribirse en las líneas de investigación o temas que la institución avala, en lo administrativo debe cubrir requisitos estético visuales como tipo de letras, márgenes, paginado, estructura, etcétera, en donde nuevamente el tesista no dispone de total libertad. Posteriormente, la información plasmada debe contar con el aval del tutor, quienes a veces imponen sus teorías, sus ideas, sus métodos, sus enfoques, dejando poco margen y libertad al tesista, apareciendo en ocasiones más el tutor.
Sin embargo, cuando se logra conciliar con los puntos referidos previamente, encontramos que la tesis favorece el desarrollo de diferentes habilidades y procesos psicológicos que, precisamente, establecen una diferencia con las personas que no adquieren ese nivel formativo o no elaboran una tesis: se fomentan y desarrollan habilidades para realizar investigación, tanto documental como de campo, se promueve un trabajo estructurado para poder acceder al conocimiento, enriquece la capacidad lingüística, tanto a nivel semántico como argumentativo y, principalmente, se vuelve un proceso creativo, poiético, de producción de conocimiento: en las tesis un profesional ofrece alternativas de solución a un problema, formas diferentes de abordar y comprender la realidad y el entorno social, crea categorías que nos permitan acercarnos a las circunstancias de los objetos o personas que se estudian, se vuelve la voz de denuncia y visibilidad de grupos en condición de vulnerabilidad, realiza críticas sociales o disciplinares a los modelos vigentes, es, por tanto, un espacio para que un tesista pueda decir, cuestionar, señalar, enfocar, proponer en primera persona, haciendo patente no sólo la formación adquirida, sino también el nivel de maduración cognitiva alcanzada y el compromiso social propio de cada profesional. Una tesis, con el tiempo, forma parte del bagaje de conocimientos y fundamento epistemológico que se construyó y sustentó a una época
Así que, pese a que algunos digan que es innecesaria, como Slim, en realidad debería ser un requisito en toda formación profesional, tan sólo por el simple hecho de mostrar, con orgullo, parte de lo que somos. ¿Alguien no está de acuerdo? Lo invitamos a hacer una tesis en donde exponga sus razones.

*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx

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