Gordo de los regalos
Jorge Valencia*
Santa Claus es la representación de los deseos infantiles de posesión. El egoísmo con que la niñez nos acompaña promueve nuestras intenciones de tenerlo todo, en la proporción recíproca de la intención adulta por dotar de felicidad a los niños. Casi siempre, sus propios hijos. Por lo tanto, Santa resume lo que unos quieren recibir y lo que los otros quieren dar. Por eso se ha adaptado a casi todas las culturas: todos deseamos algo que no tenemos; todos queremos compartir con otros algo muy preciado que tenemos. Sintetiza el consumismo justificado por una mitología versátil y pancultural.
La experiencia nos demuestra que no existe juguete al que un niño le haga caso más de quince minutos. Según la edad y la opulencia en la que vivan, los infantes aprecian más la novedad de lo obtenido que su valor intrínseco. A veces, más que la pura envoltura y el moño. Los adultos replican el atavismo de que la alegría de los niños consiste en recibir cosas porque es una forma de justificar sus límites afectivos y exfoliar sus propias culpas. El regalo sustituye, si no el cariño, el buen trato, la presencia, la calidad del vínculo.
Como promotor del dar y recibir con que la mercadotecnia ha influenciado la temporada, el gordo vestido de rojo es símbolo de nuestra actualidad. Creer en Santa es sentirse parte de una familia, del género humano en un momento de nuestra historia.
A pesar de su origen religioso (san Nicolás fue un obispo católico), Santa es el apóstol laico de la donación virtuosa. El color de sus ropas y la narrativa de su origen lo emparientan con una fe sin compromiso (excepto por el hecho de tener que portarse bien para merecer el regalo) y sin la recompensa de una vida eterna. Al contrario, el premio prometido es material y mediato. Abarca el lapso de un año y consiste en una bicicleta roja.
Permite a quien compra y envuelve simular una bondad aséptica. Facilitada por la familiaridad con el destinatario sin abstracción: el hijo o el sobrino; no el género humano.
En su refugio nevado, que coincide con el resto del año, el gordo se quita su vestido rojo. Deja en libertad a los renos y, en la asamblea de los duendes, comienza la fabricación de los juguetes en espera de los actos ejemplares de los niños y de los recursos limitados de sus padres.
Los niños crecerán y descreerán.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]