Fronteras incómodas

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Según la leyenda de la fundación de Roma, alrededor del año 753 antes de Cristo, los gemelos Rómulo y Remo decidieron establecer la ciudad. Rómulo trazó una línea y decretó que quien cruzara las fronteras de la ciudad sin autorización debería morir. Remo se rió del trazo de su hermano y lo brincó, burlón. Rómulo tomó su espada y mató al transgresor en el acto, convirtiéndose en el primer rey de Roma.
Regis Debray (1940-) en su libro Elogio de las fronteras (2010) cita al isarelií Uri Avnery: “¿Cuál es el corazón de la paz? Una frontera. Cuando dos pueblos vecinos firman la paz, antes de cualquier otra cosa, definen la frontera”.
Las fronteras suelen referir a límites espaciales, aunque hay autores que han enfatizado que éstas también son temporales. Lo sabemos por transiciones de un rol social a otro: “hasta aquí eres adolescente, en adelante estás en la edad adulta”. En un texto publicado en la American Sociological Review en febrero de 1978, Murray Melbin (https://doi.org/10.2307/2094758) argumenta que las fronteras de la acción de los humanos, por ser una especie diurna, comenzaron a expandirse en el siglo XIX. Más allá de la denominación de Alaska como “la última frontera”, podemos considerar que los horarios nocturnos ampliados gracias a la iluminación artificial ubicaron las fronteras en el tiempo, no en el espacio. La recreación y el trabajo pudieron ampliar sus horarios, pues sería posible ver a otras personas y manejar otros objetos.
Hago referencia a las fronteras en el contexto del conflicto presupuestal reciente entre el gobierno del estado de Jalisco y las autoridades de la universidad de este estado (que lleva el nombre “de Guadalajara”, aunque se reconoce como red universitaria de Jalisco). El conflicto se expresó ya en el asunto de la construcción de un hospital regional en Tonalá en vez de construir un museo de ciencias ambientales. La universidad retobó diciendo que las dos cosas son prioridad (mal se vería si dijera que la salud entra en conflicto con el ambiente). En este video, Ricardo Villanueva Lomelí, rector general de la Universidad de Guadalajara: https://www.youtube.com/watch?v=wtvncrLO4CE se dirige a los niños de 5 a 9 años y a sus padres, al estilo de “te lo digo m’hijo, entiéndelo tú mi nuera” para señalar que cuando ellos crezcan harán falta aulas en la universidad para atenderlos. En vez de señalar que habla de una población en crecimiento, interpela a esos jóvenes, posibles estudiantes de bachillerato y licenciatura dentro en el año 2031, para lanzar un discurso con jiribilla en el que se queja de que el actual gobierno no asigne los fondos para construir las aulas que se requerirán en dos lustros más. El argumento del rector es que se requerirán más aulas y espacios para una generación mucho mayor a las actuales.
Considerado por sí mismo, el video podría parecer razonable: hay que construir más infraestructura y proveer de mesabancos para dar más espacio a una población creciente. Sin embargo, el mismo día en que aparece en youtube el video del rector, aparece un mensaje del departamento de sociología (al que estoy adscrito) que transcribo: “a partir del próximo semestre, la gran mayoría de clases de la Licenciatura en Sociología se impartirán entre las 16 y las 19 horas, un horario más favorable para los estudiantes que trabajan y para quienes viven en zonas alejadas del campus Belenes” (https://www.facebook.com/SocioloUdeG/posts/857783281557905). Con lo que se deja ver que las aulas estarán vacías antes de las 16 horas y después de las 19 horas. A menos que estudiantes y docentes de otras licenciaturas espabilen y puedan utilizar esos espacios.
El rector no parece considerar al menos dos cosas: la posibilidad de atención a la demanda en las mismas aulas ya existentes y, algo que resultó notorio durante estos meses de pandemia, que hay tecnologías que permiten ampliar las posibilidades didácticas sin necesidad de trasladarse a espacios de los planteles educativos. Si durante la pandemia se enfatizó que los laboratorios y otros espacios serían indispensables, también se resaltó que habría actividades en las que no sería necesario la asamblea en persona para participar en los procesos de enseñanza-aprendizaje. En otras palabras. Mientras que el rector general protesta porque se requerirán más espacios dentro de dos lustros y hay que construir esas aulas desde ya, por otro lado, no se ha tomado en cuenta el desarrollo de los medios de comunicación y de transporte que probablemente ayudarán a hacer usos más eficientes de los espacios construidos y por construir.
Por otra parte, como hemos visto ya con la crisis de las escuelas públicas en el estado de Jalisco, que se deterioraron durante la pandemia, tan solo el mantenimiento de esas infraestructuras requiere de una gran inversión. El énfasis del rector podría estar en la dotación de servicios, más que en la ampliación de las instalaciones, ya lo sabemos para otros casos de edificios públicos: son caros de mantener y no es simplemente cuestión de construirlos. Lo sabemos de hospitales, pero también de otros edificios públicos. Por citar un caso del que me enteré recientemente, en el centro mismo de la ciudad de Chicago, el gobierno del estado de Illinois (cuya capital está en Springfield, nombre que recordamos muy bien los aficionados a la serie de Los Simpson) está en trámites para vender uno de sus edificios administrativos, de decenas de pisos de altura, ante la falta de dinero para mantenerlo. Si no se vende, es probable que tenga que demolerlo y vender el terreno para que se construya ahí algún rascacielos de inversionistas privados.
¿Qué hará el gobierno del estado cuando los recursos no alcancen para mantener calles y carreteras, tras su alegre promoción del transporte privado en el territorio jalisciense? ¿Dejará de asignar recursos a las escuelas ya existentes? ¿Qué hará la Universidad de Guadalajara con los edificios que a duras penas logra mantener y cuyos servicios no siempre paga a tiempo? ¿Crecer la infraestructura, ampliando las fronteras espaciales de la universidad, resulta más sensato que ampliar las fronteras en el tiempo de las actividades académicas? ¿Cuánto costará el transporte y la electricidad de las horas nocturnas de uso de los edificios frente al costo de construir nuevas instalaciones y adquirir más terrenos?
Ya sabemos que cruzar fronteras implica riesgos, como lo saben miles de migrantes y miles de familiares que han perdido a aspirantes a migrar al cruzarlas. No alcanzó a saber Remo el enorme costo que implica cruzar las fronteras, en especial como transgresor. Sabemos, empero, que también hay posibilidades de negociación para respetar los límites territoriales al mismo tiempo que se amplían los límites temporales del uso de esos espacios. ¿Necesitamos el presupuesto para construir más o para sostener lo ya construido?
Habrá que ver si es cuestión de empezar por considerar los “cuándo” en vez de los “dónde”. Además de las incomodidad de cruzar las fronteras y las negociaciones para ampliar su permeabilidad, habrá que considerar, con Bourdieu, que la disciplina que se alberga en ese departamento que anuncia la reducción de sus horarios (en vez de 15 a 21 horas, de 16 a 19 horas), también se precia de plantear preguntas incómodas.

*Doctor en ciencias sociales. Departamento de sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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