Feos
Jorge Valencia*
Siempre que no exagere, el feo tiene la ventaja de pasar inadvertido. Nadie se acuerda del feo cuando de culpa se trata. Si nadie le ofrece un puesto donde sobresalga, tampoco es el blanco de la cizaña. Al no tener una pareja hermosa ni una jerarquía importante, no sufre de envidia ni amenaza. En este sentido, el feo cambia la belleza y atracción por la serenidad de una vida sin sobresalto.
Un feo no consigue un contrato para grabar un comercial a menos que se trate de pomadas contra el pie de atleta o pastillas para aliviar las hemorroides. En la publicidad de cirugía plástica, siempre es el “antes”; en promociones contra el tabaquismo y las adicciones, el “después”.
Los empresarios consideran que tener un feo al frente de su negocio significa conceder una ventaja a la competencia y un desprestigio que no pueden tolerar. Por lo tanto, los feos están condenados a posiciones de medio pelo aunque sus destrezas sean proporcionales a su falta de encanto. Suelen ser los cerebros de la administración y los ejecutores de la bonanza, pero nunca dirigen grupos ni coordinan aventuras.
Los feos que sí exageran son tan mediáticos como los guapos. Un presidente ocupa el cargo fundamentado en alguno de estos extremos. Los generales de las dictaduras latinoamericanas fueron tan feos como los crímenes que cometieron. Gordos, abotagados, deformes. En esos casos opera una ósmosis entre la conducta y la apariencia. Porfirio Díaz necesitó muchas cremas y afeites para pasar por un feo a secas. El contraste físico y de clase con Carmelita Romero Rubio, su mujer, disipa dudas de la hondura de su perversidad.
Hitler recurrió a su célebre bigote de mosca para focalizar en un punto la aversión de tantos. Sin esa estrategia pudo haber pasado por alguien común y corriente, como en realidad lo fue hasta antes de la asunción de su gobierno. Y aún durante éste, la estratégica inclusión de su gabinete, compuesto por militares y civiles que compitieron por ganarse la medalla al más horrible, enviaba por sí mismo el mensaje de la amenaza. Mengele, Eichmann, Goebbels y Himmler fueron reclutados por malvados y por feos.
Todo el mundo sabe que una mujer bonita se rodea de amigas feas para sobresalir. Ellas aceptan su condición a cambio de disfrutar las parrandas que la bonita les convida. Son las amigas feas.
Más allá de la proporción áurea que pretenden los científicos del arte, la belleza es subjetiva. Tiene que ver con la atribución de los valores emocionales que el observador concede. La Monalisa puede ser una mujer desabrida o el canon de la perfección femenina. Depende en mucho de quien mira. De los parámetros culturales y de la correlación de las virtudes que con ella se entrelazan. Las princesas de Disney son bonitas porque se funden con la bondad, la ternura, la compasión. Fiona compite con Cenicienta si a su lado el ogro es un ser íntegro, capaz de difundir valores en el mundo aún de ficción donde se desenvuelve. En este sentido, el Jorobado de Notredame es hermoso.
En cuestión de aspecto físico, todos somos feos: sólo es cuestión de tiempo en la carrera contra la decrepitud. El tamaño de la bondad y las sonrisas que difundimos son cinceladas sobre el mármol que esculpen nuestra posible belleza.
*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx