Feliz Navidad
Jorge Valencia*
Aunque fría, la Navidad en Guadalajara es una postal. Nada justifica los renos ni el abrigo rojo de Santa. A 20 grados centígrados, la blancura de la temporada se consigue sólo con polvo de artificio y la traducción aproximada de los villancicos originarios del hemisferio norte. Hasta la alegría misteriosa y la gordura de Santa resultan una impostación en un país donde el 60% de la población se muere de hambre.
Siendo endémico de América, el pavo no es nuestro platillo típico. A los tapatíos nos gustan los caldos y comernos las tortas a cucharadas. La noche del 24 es un buen pretexto para pasarla en familia, convivir con parientes que cotidianamente no vemos: apreciar la longevidad de la abuela y las travesuras escolares del sobrino más joven. Ponernos un suéter a fuerzas y escuchar la música transgeneracional de José José.
Ofrecer la casa para la velada significa un esfuerzo considerable. Colgar los cuadros que no pasaban de la intención, retocar el mueble arañado por el gato y comprar un cojín lo suficientemente mullido y del color y forma ideales. El mantel mejor combinado, la nueva lámpara colocada en el lugar preciso y la mesita de centro… La hospitalidad mexicana supone disponer la casa de lo necesario para que los invitados disfruten su estancia mientras los anfitriones terminan sentados en el suelo.
Siempre es susceptible de una discusión acalorada el orden de las actividades por realizar: primero la cena o el intercambio. El abuelo opta por la cena mientras los nietos prefieren darle prisa a la recepción de sus regalos. Se recurre a alguien imparcial cuyos argumentos aducen a las artes de las pitonisas clásicas: la voz de las tripas. El tío soltero decide la suerte del intercambio. Aunque dar y recibir un regalo amerita el protocolo de la ecuanimidad, el dibujo a lápiz del sobrino suele ser una desilusión. Sobre todo cuando tiene catorce años. Se recibe lo que no se pide y se obsequia lo que al propio regalante le hace más falta. El consumismo navideño nos conducirá al día en que los regalos se den a uno mismo mientras la familia coree “que lo abra” y “que se lo ponga”. Las fotos serán “selfies” y la Noche Buena se celebrará en “Facebook”, cada quien en su casa y con la piyama puesta.
Por lo pronto, el brindis lo encabeza el abuelo. Choca las copas por la familia mientras los nietos adolescentes envían mensajes por “Whatsapp” a sus amigos que tampoco brindan y también agradecen con desdén la impersonal camisa de Zara. Los abrazos resultan incómodos cuando se trata de un cuñado al que nadie le ha hablado en los últimos tres años. El sobrino más joven pregunta si ya llegó Santa mientras la cuñada acomedida sirve la ensalada de manzana y los adolescentes alteran la sidra de su copa con tequila blanco. El brindis transita de la familia a la paz del mundo, de la armonía navideña a la envidia mal encubierta por el “smartphone” que le tocó a un hermano. Luego viene el karaoke con Lucha Villa, Calamaro y Paulina Rubio hasta la disolución de la velada con el pop inglés de moda que los adolescentes insisten en repetir aunque nadie cante, ni ellos. La abuela refiere dolor de cabeza. El cuñado al que nadie le habla se sirve la séptima cuba y el gato se orina sobre el nacimiento que la tía puso con tanto esmero. Los santos peregrinos sufren nuevamente una inclemencia amarillenta y las luces del arbolito se funden sin remedio. El sobrino más joven insiste: “¿ya llegó Santa?”
La Navidad es una excusa para cenar tarde, degustar chocolates excesivos y beber vino originario de Francia. La familia tiene razones para no volver a reunirse sino hasta el año próximo. Feliz Navidad.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]
ja ja ja ja ja ja, excelente fotografía de una familia común y corriente. ¡Feliz Navidad, Jorge Alberto Valencia !