Familiares, amigos, compañeros

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Que nadie escoja a su familia es un lugar común. En rigor, tampoco a sus amigos. La amistad es el resultado de hechos fortuitos, regidos por el azar. La diferencia entre familiares y amigos es genética e ideológica. Existen hermanos que piensan diferente y amigos que coinciden en puntos de vista al extremo de confundir el límite de donde empieza y termina su identidad. A veces, los amigos se parecen más que los hermanos por la forma de vestir, la edad, los gestos y el vocabulario. Pasan más tiempo juntos y, los recursos emocionales para enfrentar la adversidad, resultan más semejantes que los sanguíneos. Es ridículo que una madre declare la amistad con sus hijos, tanto como el acto de hermanar a los cuates. La elección consiste en saber los lindes y asumirlos a través de la intención. El afecto se construye; no reconoce actas de nacimiento ni pactos frente a notario. Se da como las flores silvestres: se riega y procura con la ternura del botánico.
Los compañeros sólo son gente que asiste a la escuela o al trabajo y el criterio que les une es la costumbre, el espacio común, las tareas. Los compañeros se reconocen por la forma de escribir un reporte laboral o la expresión de opiniones bajo estructuras repetitivas. Existe un sentido de competencia natural por la obtención de una nota o de una plaza. Los compañeros son enemigos potenciales sujetos a una cortesía hipócrita. El préstamo de un lápiz o la dotación de un café, tan amargo como la envidia. Tibio e instantáneo.
Ocurre que los familiares son compañeros de casa y de historia. Compiten por un cuarto y el cariño de mamá. A veces, ni eso: sólo recorren la misma ruta, sin hablarse. Los amigos deciden el camino por la fidelidad prentendida, no por la cercanía o la distancia de su destino. Se bastan y se nutren. Cosa que en los hermanos no se da por descontado si no existe un acto volitivo. Hay hermandad cuando hay deseo de serlo, como la amistad que lo condiciona. Los compañeros son la gente que está ahí, sin querer. Los que comparten la banca del camión y la afición por un equipo. El cariño hermana y amista. Trasciende el tiempo y el espacio, la sangre, el apellido y el techo para guarecerse de la lluvia. La hermandad alcanza el grado amistoso cuando hay un enfrentamiento discernido ante una calamidad. Cuando la vida por su transcurso fugaz obliga a que dos seres se fundan bajo el amparo de convicciones profundas para existir. Los compañeros casi nunca se enteran. Los que se aprecian se trascienden en sí.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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