Extraterrestres
Jorge Valencia*
El único argumento de su existencia es de carácter especulativo: no es sensato suponer que en la infinitud del universo un solo planeta haya generado la vida. Si los elementos químicos son los mismos en todos los confines del firmamento, la posibilidad de otra explosión vital equivalente a la ocurrida en la Tierra es más posible que imposible.
No hay evidencias tangibles. Sólo hemos demostrado que hubo agua en otros planetas cercanos al nuestro que representan un porcentaje ínfimo de cuantos planetas existen. Tampoco capturamos a un alienígena que signifique una prueba contundente. Las supuestas grabaciones de las naves siderales casi siempre son falsas y los testimonios de los contactados, casi nunca confiables.
Así, su existencia se ha vuelto un acto de fe. El acuerdo general parece inútil e inalcanzable. Terreno de la imaginación y de las convicciones, se defiende la propia versión con denuedo. Se sabe de abducciones a partir de las declaraciones de gente que recuerda poco y mal. Los escépticos descalifican a los “creyentes” con burla merecida. Pedro Ferriz padre perdió su prestigio en la locución radiofónica y televisiva por culpa de sus aficiones espaciales. Más reciente, Jaime Mausán abandonó la seriedad periodística para capturar ovnis con las redes de su obstinación, como si se tratara de maripositas.
Los radicales retuercen pruebas sobre vestigios de culturas remotas. Entre los glifos mayas alguien quiso ver un astronauta; las pirámides mesoamericanas y egipcias cargan el peso de los años y de un adicional origen cósmico, situación que, de aceptarse, negaría la evolución cultural de los pueblos que las edificaron (sería como creer que a Miguel de Cervantes un marciano le dictó “El Quijote”). Cómo pudieron alcanzar tal precisión astronómica y arquitectónica es un misterio. Y en este terreno, se puede discurrir cualquier cosa.
Las obras cinematográficas debaten su visión de los seres intergalácticos entre evolucionados y bondadosos, cuya timidez transige a la ignorancia terrícola; o bien, oligofrénicos siniestros que sacian su perversidad supertecnológica desintegrando personas. “Star Trek” medió la percepción en la década de los años 70, especialmente bajo la figura simbólica de Spock (Leonard Nimoy), mitad humano y mitad vulcano. Las aventuras ocurridas a la tripulación del “Enterprise” muestran entidades en general antropomórficas, con pasiones semejantes a las nuestras: capaces de amar y de odiar. Desde este punto de vista, los extraterrestres son igualitos a nosotros pero más feos.
Orson Welles demostró en 1938 la fobia y terror que sentimos hacia los seres metamundanos cuando anunció “Nos invaden los marcianos” en su programa radiofónico “The War of the Worlds” (adaptación de la obra de H.G. Wells). Los radioescuchas salieron a las calles con palos y piedras o con pasaportes y cobijas; unos para destrozar a pedradas las naves interestelares y otros para irse de vacaciones por la Vía Láctea.
La astrología es un tributo atávico que rendimos a nuestro origen sideral.
En temporada de manifestaciones febriles y exhibicionismo confesional, sería bueno convocar a una marcha donde los simpatizantes muestren su fervor hacia los ovnis. Si van disfrazados, mejor. Puede que entre la multitud se incluya un Alf camuflado y en piyama, el tío Martin (de “Mi marciano favorito”) con sus antenitas erectas, Mork del planeta Ork (Robin Williams) con chistes menos bobos o ET con su bici voladora. Puestos a comparar, esto es más digno que gritar vivas a favor de la represión y el fundamentalismo de todo tipo. Definitivamente, con sus gruñidos bestiales los discursos de Chewbacca resultarían más elocuentes y soportables.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]
Ja ja ja ja ja ja, muy bueno y con mucho humor. Felicidades Jorge Alberto Valencia!!!