Eternidad
Jorge Valencia*
La eternidad contiene lo perfecto. Aquello que no requiere corrección. Para Platón, el tiempo es una imagen de la eternidad. En la eternidad “real” no hay tiempo porque no existe el transcurso de las cosas. No hay procesos: ni principio ni final. Todo es presente perpetuo, inmaculado.
Los seres humanos estamos hechos de tiempo porque estamos vivos, pero no lo estaremos siempre. Envejecemos. Nos deterioramos. Y no hay acto cometido que lo evite ni medicina que lo revierta. Los niños son siempre una fracción de sí mismos que persigue su propia humanidad. Los viejos, en cambio, son la parte que les concluye. Unos y otros son momentos. Tiempo encarnado. La madurez consiste en el apogeo. Pero también es efímera. Somos la fotografía superpuesta de lo que fuimos, somos y seremos. Una definición transitoria e imperfecta de nosotros. Permanentemente parcial.
La eternidad resume la totalidad de las anécdotas emprendidas por una vida. Yuxtaposición de intentos, logros y fracasos. Nadie es lo que es de una vez por todas. No podemos considerar un temperamento ni un carácter de manera definitoria. La belleza (de las personas, la naturaleza) causa asombro debido a que se trata de la expresión fugaz del éxtasis. Un lago apacible alguna vez fue una hondonada estéril. La supermodelo será una mujer decrépita. Cuestión de tiempo. Lo bello lo es por un instante y en tal noción reside su sublimidad. Por eso suele -requiere- fotografiarse o pintarse, simular su eternidad. Aunque sea gráfica. Aunque los ojos que la miran al mirarla envejezcan. Envejecer consiste en sumar experiencias. Echar al costal otra emoción, otra visión. Si el envejecimiento es producto del paso del tiempo, en la eternidad no existe la vejez ni la infancia. Todo es presente perpetuo.
La religión promete infinitud: el alma en existencia perpetua. Pero nadie puede demostrarlo; es un acto de fe.
Qué ocurre ahí en la eternidad es algo que no sabemos. Nuestra razón temporal apenas lo intuye. Y espera. No nos parece suficiente ni justo vivir para desaparecer, como las estrellas o los insectos. Aunque también éstos son o aspiran a lo eterno. Lo son -o deben serlo como parte de la creación, espontánea o divina, da igual, puesto que las estrellas y los insectos nos han llevado a ser lo que somos. O lo que no somos: inmortales.
En su célebre poema, Eliseo Diego lo pronunció de forma inmejorable: “La eternidad por fin comienza un lunes/y al día siguiente apenas tiene nombre…”
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]