Estereotipos

 In Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La apariencia determina la profesión de las personas. Por la costumbre de crear estereotipos heredada desde los romanos, “el hábito hace al monje”. En épocas en que traer el cabello largo significaba tener piojos, los hijos de Roma difundieron la costumbre del pelo corto como un prototipo de evolución cultural. A simple vista podía reconocerse al bárbaro, por más que los romanos fueran soldados invasores y los galos una cultura medianamente civilizada
Nadie se imagina al gerente de un banco con cabellera mohicana, “piercing” en la nariz y tatuajes en el cuello. Ni, por el contrario, a un tatuador vestido de traje y corbata que antes de comenzar la tortura recibe a los amantes del color y el sufrimiento frente a un escritorio de caoba.
La apariencia define no sólo la profesión sino las convicciones. El mensaje que da el fanático del “hip-hop” con sus tallas extra grandes, la gorra a medio calzar, tenis eternos y los lentes en la nuca es el de quien está dispuesto a pelearse a navajazos para ratificar a quién le apestan peor los pies.
Nadie que se precie de tocar “rock” evita la ropa de color negro, el cabello hasta los hombros y las botas mineras aunque sea mayo. A menos que se trate de un internado del Opus Dei, un hombre con sotana siempre inspira confianza.
Los estereotipos suelen ser admitidos y reproducidos por quienes pretenden difundir lo que de ellos quieren que se sepa. Esto lo practican muchos malvivientes que se presentan como vendedores de Biblias, impecables y locuaces, para cometer atracos. Las etiquetas facilitan la interpretación de las personas y activan o desactivan los mecanismos de defensa. Pasará mucho tiempo para que el uniforme policial tranquilice a los ciudadanos.
Los “emoticonos” parten de este principio. En una sociedad donde el lenguaje se reduce a la simpleza de interjecciones acompañadas de gestos, la ideografía simplifica la escritura: 🙂 …significa que se es feliz, que al fin se terminó de escribir una frase o que el pañuelo contuvo un estornudo… No tendría nada de malo si no fuera porque la llaneza expresiva limita el desarrollo de la inteligencia.
Para los de mayor edad, una conversación de adolescentes a través de Whatsapp es un mensaje cifrado. El código tiene una lógica propia no sólo por la simplificación (“xq” por “porque”) sino por la invención de acepciones a palabras existentes o locuciones que significan algo más allá de lo que dicen. “Ya sé” significa “estoy en onda”.
La comunicación humana vuelve sobre sus pasos. Todos quieren colocarse un disfraz que además del atuendo incluya un inventario de costumbres y frases hechas para referir los mensajes. El “ay, güey” de Adal Ramones, inmortalizado por Platanito, es una forma de pertenecer a un grupo. Del mismo modo que cecear define a un español en el mundo hispanohablante, embarrarse los pantalones hasta dañar los genitales, escribir con claves y hablar ciberdialecto ayuda -cómo no- a determinar la capacidad de absorción (al grupo) de una persona que se hastía de ser alguien. En cada uno de ésos hay un grito desolado que podría interpretarse como “no quiero ser nadie”. Todos se visten igual, hablan igual, van a los mismos lugares.
La libertad pareciera restringirse sólo a quienes la pretenden. La esclavitud no muestra sus cadenas ni se avoca a una raza específica como ocurría antes. Se fomenta con sonrisas, modas, tópicos y estereotipos. Los negreros son gente bonita que asiste a Misa los domingos y envía mensajes en su “smartphone”: su chat incluye a la mayoría, independientemente de la edad.
En una sociedad así, una forma de rebelión consistiría en abrazar a un teporocho, ponerse con corbata una camisa del Atlas y referir una virtud del Gobierno. Al menos, sería un buen ejercicio creativo.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comments
  • Nicandro Gabriel Tavares Córdova

    Buenísimo y es una verdad eterna, aunque hay que recordar que “Las apariencias engañan”

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