En su día

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La soltería es una virtud que sólo se pierde bajo el misterio del enamoramiento. En una sociedad donde el “yo” prioriza cualquier otra cosa, compartir la vida significa renunciar a la mitad de todo. Incluso de sí mismo.
Paradoja: los solteros andan por el mundo en busca de un ligue, de forma explícita o no, para dejar, para abandonar su estilo de vida en favor del otro. Todas las relaciones son para ellos potenciales conquistas. El principal argumento para el ayuntamiento afectivo consiste precisamente en que están solos. Y que están dispuestos. Mauricio Garcés representa el prototipo cinematográfico de los años 70: el soltero perpetuo que busca en todas las mujeres una posibilidad de flirteo. Es el equivalente nopalero del Casanova europeo.
Estar enamorado equivale a padecer oligofrenia. El mundo se percibe como un lugar extraño; los demás -excepto la persona pretendida- son seres hostiles que amenazan el ayuntamiento de los deseados. En primer lugar, los suegros, los amigos que ven suspendida su amistad y pasatiempos comunes por la intromisión de un tercero.
Los enamorados caminan entre las nubes. Su cotidianeidad se altera y resignifica. Las cosas se vuelven raras. Lo simple se complica.
El enamoramiento consiste en compartir, tal vez por primera vez, la esencia. Conlleva algunos litros de saliva y yemas audaces de los dedos que ratifican la existencia del otro. Sólo a través del enamoramiento se dimensiona la potencialidad de la cursilería, que mueve a practicar la poesía venal (banal, a veces). El lenguaje busca nuevas formas de nombrar lo corriente. El vaso deja de ser vaso; la luna no es la misma luna (“la luna vino a la fragua con su polisón de nardos”, dice García Lorca) ni la noche, noche. Todo es diferente y como tal, requiere una nueva nomenclatura.
El enamorado ve el cielo color de rosa y, la existencia, como un presente continuo, completamente inalterado, donde sólo caben dos: el sujeto y el objeto del deseo. Se trata de un paraíso que cobra sentido mediante los dos que se besan. Todo lo demás (todos los demás) es amenaza, obstáculo que impide sublimar la pasión. Romeo y Julieta son el arquetipo literario; se enfrentan al destino. Y pierden.
Por principio, el enamoramiento es un estado temporal. Un lapso en que se suspenden la conciencia y las facultades. Las decisiones son parciales y sesgadas; la voluntad, dudosa y confusa. Los enamorados son zombies. Misiles cuyo trayecto rara vez atina en el blanco.
El enamoramiento nos regresa a nuestro origen: cuando bastaba una manzana prohibida para conocer el secreto de Dios. Y ser expulsados de Su presencia.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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