En la parte de afuera

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Poco sabemos de los complejos procesos que se suscitan en la parte de adentro de las cabezas propias y ajenas. Vemos lo que sucede en su comportamiento, oímos lo que nos dicen, a veces incluso entendemos lo que nos quieren decir acerca de la conexión entre la manera de comportarse y lo que declaran. Pero poco sabemos de lo que pasa en la parte de adentro. Casi siempre nos ubicamos, a menos que haya alguna narrativa de por medio, acerca de la reflexión propia o ajena, en la parte de afuera.
Dentro del aula, solemos establecer conexiones entre lo que sucede o puede suceder afuera de ella y las maneras en que intentamos generar narrativas para estar preparados para enfrentar lo que sucede afuera del aula. Algunos intentos de “sistematizar” lo que sucede fuera de las aulas han llegado a proponer analizar, discutir y prepararse para determinadas acciones que resultan bastante prácticas. Como enfrentar desastres, organizar intercambios exitosos, la preparación para la vida de pareja (que puede ser un poco o un mucho de las dos situaciones anteriores), las maneras de comportarse en público o en privado.
Hay una película inglesa en que este afán pedagógico de llevar la realidad de fuera del aula a que se aprenda en ésta cuando un profesor dice a sus estudiantes que ha traído a su esposa para explicar (paso a paso) los procesos asociados con las relaciones sexuales. La escena se da supuestamente dentro del aula y en ella el profesor describe cada uno de los cambios que manifiestan su cuerpo y el de su esposa a medida que estos van suscitándose. Sería un ejemplo de cómo algo que suele suceder fuera del aula se “sistematiza” o se “evidencia” para ser explicado dentro de ella.
Este afán que hemos adoptado los docentes de analizar y esquematizar una realidad que se encuentra fuera de las aulas y de las escuelas, de alguna manera se revierte en época de vacaciones. A veces llegamos a pensar que la escuela podría ser dispensable e innecesaria cuando nos damos cuenta de todo lo que hemos aprendido fuera de las aulas mientras tuvimos nuestros periodos de descanso. En esos días, aprendemos de las interacciones directas con los demás, hacemos operaciones matemáticas en la tienda al comprar los víveres o al calcular los días, las horas y hasta los segundos que nos quedan de descanso, practicamos las normas sociales que se nos plantean en los libros de educación cívica, tratamos de aplicar principios teóricos a nuestros diálogos en la familia. Descubrimos dos cosas: que la realidad es más compleja de lo que suele mostrarse en el aula y que en algunas ocasiones, ciertas cosas aprendidas en el aula nos dan la satisfacción de resolver problemas que nos topamos fuera de ella.
Así como la escuela se ha convertido en una experiencia obligatoria, para ayudarnos a sistematizar y analizar muchas cosas que suponemos que todos debemos manejar, al estandarizar y actualizar procesos, secuencias, prioridades en el actuar técnico, personal y social, la experiencia fuera de las aulas es parte de una obligación que tenemos que cumplir. No sólo como un descanso de las rutinas y las labores escolares, sino también como una forma de complementar, con las experiencias fuera del aula, lo que aprendemos, sentaditos y con mucho hablar, dentro de ella.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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