El tonto
Jorge Valencia*
Ser tonto tiene sus beneficios. Nadie espera nada de alguien así; por lo tanto, las empresas importantes son conferidas a otros dejándole al tonto las secundarias. El tonto navega por los mares de la inconciencia con el optimismo del forastero. Para él todo es novedad y alegría. Su certidumbre naíf lo coloca en el mundo dentro del plano de lo decorativo. No decide ningún desenlace; no funda naciones ni establece criterios de asuntos trascendentales. El tonto es un espectador de la vida. Su existencia es completamente de ornato.
Todos conocemos al menos a uno. Desquicia su felicidad sospechosa, su lejanía sonriente. Ahíto de estupidez, su alma está llena de culpa: su pecado consiste en ser excesivamente tonto.
Obstaculiza el devenir natural de las cosas. Su presencia hace más arduo el viaje para los demás: es alguien a quien hay que llevar a cuestas. Tolerar, condescender, disculpar…
El Emperador Claudio es un tonto histórico, acomplejado y ajeno a los asuntos políticos hasta su proclamación imperial, una vez muerto su sobrino Calígula. Paradójicamente, su gobierno no le hace honor a su fama.
Próximo a nosotros, a D. Diego Romero, célebre alcalde de Lagos en tiempos de la Colonia, Alfonso de Alba le atribuye la frase colocada en un letrero alusivo: “Este puente se hizo en Lagos con dinero de San Juan y se pasa por arriba como ustedes lo verán”. Se le imputa además la brillante idea de tapar un bache con tierra escarbada de un terreno próximo hasta dejar un bache a su vez rellenado con tierra escarbada de… Hasta sacar el hoyo del pueblo.
Perogrullo es otro tonto famoso. Al igual que Dn. Diego, su existencia está en duda. “Si hace frío, no hace calor” es una de sus joyas verbales. Las suyas son sentencias que por obvias insultan. “Subir para arriba” y “bajar para abajo” son perogrulladas clásicas.
Una profesión diseñada para tontos es la de árbitro de futbol. Si sus decisiones no les favorecen, los partidarios del equipo castigado le insultan y menosprecian. El árbitro asume su papel con la dignidad del tonto. Todavía se despide de mano de los jugadores al término del partido, entre la rechifla de la fanaticada y una lluvia de lo que parece cerveza tibia.
Un tonto es alguien nacido de la indolencia. Sus predecibles yerros son una garantía. Su nacionalidad es el Limbo; su lugar, el lugar común. El tonto cosecha enemigos bajo la fertilidad del desprecio.
Como se sabe, el peor tonto es el tonto con iniciativa, pues no se reconoce tonto: hasta en eso se hace tonto.
Porque el tonto cree de sí algo que no es, se trata de un ególatra que se boicotea a sí mismo. Dice haber leído libros que no conoce. Responde preguntas sin reflexión. Ríe de chistes que no entiende y habla en idiomas que no domina. El tonto busca la aprobación, quiere caer bien sin darse cuenta que consigue lo contrario.
Hay tontos que dirigen pueblos, pilotean aviones, procrean hijos; debido a su tontez, nunca conducen hacia ningún destino. Los aviones se estrellan, los hijos se malogran y los pueblos se empobrecen.
Un tonto es olvidable. Los demás pagamos las consecuencias.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]
Conozco a muchos.
MUY BIEN, mi muy estimado académico Jorge Alberto Valencia. No dudo que en la actualidad haya un tonto escribiendo la biografía de otro tonto superior. ¡Dios nos guarde de los tontos, aunque sea tantitito!