El reduccionismo de los conceptos de educación, calidad educativa, evaluación y docentes desde la esfera gubernamental

 en Miguel Ángel Pérez Reynoso

Miguel Ángel Pérez Reynoso*

He estado haciendo en las últimas semanas una especie de estado del conocimiento de las diversas posturas y opiniones en torno a la reforma educativa y a la controversia del esquema de evaluación a los docentes. Autores como Tatiana Col, Hugo Abortes (La Jornada), Manuel Gil Antón, Eduardo Andere (Educación futura), Pedro Flores Crespo (Milenio), entre muchos siguen cuestionando los lados ocursos de la mal llamada reforma educativa.
En todo ello, otro de los fuertes cuestionamientos, es el uso reducido y simplista desde la esfera gubernamental de conceptos claves y tan potentes como son los de educación, calidad educativa, evaluación y docentes.
Los jerarcas de la SEP han evidenciado una gran ignorancia cuando hablan de educación, si bien el concepto es polisémico y complejo por su propia naturaleza, lo reducen a aspectos técnicos, de capacitación y adiestramiento laboral. Se pretende con esta reforma entre otras cosas hacer de nuestro país, un inmenso estado maquilador con docentes robotizados que acatan acríticamente lo que el autoritario patrón les ha impuesto. La cara oscura de la reforma se encuentra en los marcos de referencia de sus impulsores y principales patrocinadores.
Al concepto de calidad educativa, se le reduce a estándares internacionales y mediciones ‘objetivas’, se pierde de vista lo complejo de la tarea educativa en un país diverso y plural, y de una práctica educativa la cual se realiza en contextos igualmente complejos y turbulentos, cuya demanda cotidiana no se puede medir fácilmente, ni tampoco tasarla en estándares propios de otros contextos y realidades. A la calidad no se le concibe como la capacidad singular de responder favorablemente desde la práctica de todos los días aun en condiciones adversas, como falta de luz, aulas con mobiliario inservible, sin tabletas y sin conectividad, etcétera. Esta concepción de calidad no le interesa a los flamantes intelectuales de la SEP. Lo más grave aún es de reducir el paradigma de ligar la calidad con una sola variable que es la evaluación.
La noción de evaluación, se ha maximizado como la gran panacea para resolver todos los problemas educativos del país. Como así lo dictó la OCDE así se ha acatado. Evaluar sin contexto, sin reflexionar a la propia evaluación que se practica y a las implicaciones sociales de sus resultados es mutar el proceso o hacer una cirugía de corazón abierto sin anestesia.
Los docentes, antes profesionales de la educación, se han reducido a simples trabajadores artesanales de una parte del complejo aparato maquilador. Desde la SEP se les concibe como operarios acríticos, carentes de pensamiento y menos aun, de conciencia social. Se aspira a formar obreros especializados de la maquinaria educativa, una especie de robots que ejecutan muy bien lo que se espera de ellos. Que cumplen con el calendario de trabajo y de evaluación, que acatan sin protestar lo que la SEP les impone.
Bajo este marco referencial, bajo este burdo reduccionismo teórico de la compleja tarea educativa, las protestas magisteriales están más que justificadas, son respuestas naturales de un proyecto en gestación desde abajo a partir de una visión de intelectuales orgánicos en donde la pregunta central es ¿cuál es tipo de niño y de joven que queremos formar en el presente y qué modelo de educación debemos construir en el futuro para conseguirlo?

*Profesor-investigador de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Guadalajara. [email protected]

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