El otro como fuente de frustración: fe, esperanza y confianza
Marco Antonio González Villa*
Es parte de lo social: un porcentaje significativo de nuestras frustraciones es responsabilidad, asignada, de otras personas, lo que significa que ponemos nuestras esperanzas, tenemos fe y confiamos en lo que otra persona haga o no haga para que disfrutemos de un momento de satisfacción y/o felicidad. Obviamente hay una variable en esta ecuación que no checa del todo.
Diferentes teóricos en Psicología, como Carl Rogers o Erikson, señalaron el papel que juega la confianza y la esperanza en la conformación y configuración de la subjetividad, sobre todo teniendo claridad de que en las primeras etapas de la vida los seres humanos somos totalmente dependientes de los cuidados de otros miembros, lo que nos lleva a tener confianza desde el inicio de la vida y a tener y mantener la fe y esperanza de que alguien cuidará de nosotros; lógicamente hablamos aquí de un escenario en el que existen personas que se hacen cargo de un infante y no cuando lo abandonan.
Crecemos entonces con este sentimiento, con esta convicción, con este aprendizaje ya que en algún momento nos tocará jugará el lugar del que cuida. ¿Qué hay de malo en todo esto? Sin que sea completamente malo, pero son muchas las personas que buscan mantener en la vida el rol de ser cuidados, depositando en los demás el destino de sus vidas, sin asumir la responsabilidad en ningún momento. De igual manera, existe una cantidad considerable de personas con pocos o nulos logros sociales que los lleva a identificarse con otras personas, en las que depositan sus esperanzas y confían en que los logros de aquellas puedan ser vividos como propios.
La frustración amplía así sus posibilidades, ya que no sólo los fracasos personales pueden ser su origen, sino también los de alguien más; de personas afectivamente cercanas se podría entender, por el vínculo, pero para muchos puede ser incomprensible que se viva frustración por los fracasos de personas con las que no hay realmente una relación. Aunque también, en el mismo sentido, podrían ampliarse las posibilidades de sentirse felices y satisfechos.
¿Debe tener alguna característica o conducta particular la persona en la que confiamos y tenemos fe? No, incluso ni siquiera tiene que ser esto la consecuencia de un razonamiento o empleo de la lógica es, precisamente, un simple acto de fe.
Confiar, esperar y tener fe en otros u otras no es, por tanto, algo que pueda significarse negativamente, es incluso algo lindo, sin embargo, es un hecho que no podemos depositar, ya en la madurez, todas nuestras expectativas en alguien más ya sean alumnos, hijos-hijas, vecinos, jefes, compañeros, políticos, directores, parejas… o la selección nacional, por ejemplo.
Así que confío, tengo fe y espero que seamos cada vez más responsables de nosotros mismos y nuestra felicidad, y no depositemos en otros nuestro bienestar. Tiene sentido ¿o no?
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]