El normalismo rural vive en sus egresados

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

“Para la luz y el fuego que cada normalista representa en sus contextos,
para el tiempo presente que también es red para viajar al pasado”

Desde 1922 con la creación de la primera escuela Normal rural en Tacámbaro, Michoacán se construye la cultura del normalismo rural y la identidad de sus estudiantes egresados.
Del conjunto de escuelas Normales rurales diseminadas en el país, los reacomodos sufridos por la ola represiva de los sesenta en contra de los estudiantes (1968) y la persecución del movimiento de izquierda por el ahora fallecido Luis Echeverria Alvarez (muerte de Lucio Cabañas, por ejemplo), la clausura del Mexe Hidalgo (PRI-Osorio Chong-Peña Nieto), hasta los acontecimientos de Iguala y los 43 desaparecidos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, la tendencia ha sido disminuir el número de escuelas o descafeinarlas ideológicamente.
Desaparición de escuelas Normales y reforma 84-85 para elevarlas al nivel de educación superior con el correspondiente bachillerato pedagógico, forman parte de una historia de claroscuros en cien años.
La etapa del neoliberalismo salinista y postsalinista ha sido una etapa de consenso con los intelectuales orgánicos y estudiantes, para con falsas concesiones, simular el otorgamiento de derechos ya conquistados y por ende mantenerlas en paz.
Quepa este breve apunte para comentar que el pasado 9 de julio se reunieron a festejar 40 años de egreso los exalumnos de la generación 1978-1982 de la Escuela Normal Rural “Miguel Hidalgo” de Atequiza, Jalisco.
El encuentro edificante de más de 60 profesores jubilados y activos enriqueció en colectivo el anecdotario, la asociación y la memoria.
Para quien esto escribe la historia de la Normal de Atequiza inició a los 14 años con una carta dirigida a la institución solicitando información sobre el proceso de admisión.
Autobús Flecha Amarilla, primera vez en la población de Atequiza, primera caminata por la avenida Justo Sierra, obtención de la ficha número 2, atención del subdirector Vadillo, parecido a Jose Saramago, enjuto, amable.
Examen en la escuela primaria La Corregidora, allá por Boulevard García Barragán cerca de Ciencias Químicas, publicación de listas, alegría de aparecer en el número 26 de admitidos.
En la radio se estrenaba la melodía de Ríos de Babilonia de Boney M.
Inscripción, examen médico del doctor, credencial de alumno de 1º B y ahí estamos un 2 de septiembre de 1978 iniciando clases después de un suculento desayuno servido por esa falange de ojos observadores del sistema solar de Las Tías en él siempre alegremente visitado comedor.
Los frugales alimentos engullidos con placer por el hambre insaciable de los jóvenes en crecimiento.
En el juego simbólico de los dormitorios la lucha por una litera, por un colchón, el inalcanzable closet para los más débiles, el locker a enderezar a golpe de martillazos y la frágil seguridad de las pobres cosas resguardada por un candado Fanal o Sargent.
La insoportable carrilla y bullyng los primeros meses, la incapacidad de aquellos hormonales jóvenes de autogobierno y autorregulación, la ley del más fuerte antes de las necesarias alianzas y amistades.
La omisión e indolencia de los profes y la institución, barbarie y civilización, el submundo de la selva de las seis plantas de los dormitorios.
Nuestros padres y madres humildes, amorosos, generosos. El adiós, ir y venir al hogar.
La heurística del sentido existencial, la soledad, tristeza, precariedad de recursos, el reto de fortalecer carácter y temperamento.
Los antiejemplos, los iguales como maestros informales de las buenas cosas.
Los amigos hoy ausentes con quien compartimos butaca, cáscara deportiva o mesa en el comedor.
La iniciación de algunos en el consumo de bebidas etílicas, el billar de Ñez, el cine frente a la plaza, los estrenos de las películas Vaselina y Fiebre del sábado por la noche.
La formación ideológica paralela, los boteos en el crucero del kilómetro 40, los aniversarios, las visitas a las escuelas Normales de mujeres de Cañada Honda, Teteles, Panotla, Amilcingo, Saucillo.
Los tibios, los fríos, los matados, los indolentes, los deportistas, los dormilones permanentes, las novelas vaqueras, las grabadoras y la música de las estaciones de Guadalajara.
Los noticieros de Notisistema.
Los buenos maestros, la ampliación de perspectiva a través de sus luces.
Los adolescentes aquellos y sus primeras lecturas de filosofía marxista, de la Pedagogía piagetiana, de la Psicología del niño y sus procesos evolutivos.
La hermosa biblioteca.
Las primeras lecturas sobre sexualidad humana de Masters y Johnson, la poesía vanguardista del siglo XX, las novelas del Zarco y Pedro Páramo.
El presente, el pasado y el futuro de ser profesor y hacer magisterio. La metáfora de Comala y el mundo de voces “muertas” que pueblan los alrededores de La Hacienda de la Media Luna en la que se convierten las voces de los pedagogos y algunos farsantes vividores del tema educativo.
Las partidas de ajedrez en la biblioteca.
Las asambleas generales en el comedor. El torneo de discursos y liderazgos.
Los iconos de Lucio Cabañas y los murales de Delgadillo, la obra de Martorrev, el canto de protesta de José de Molina, el teatro en la ruta cultural que hizo la SEP, los jueves socioculturales.
Las asociaciones de los sonidos, olores y sabores del internado. La trompeta de la banda de guerra, el silbato del profesor de educación física en las mañanas tempranas, el tren lejano, la perspectiva desde lo alto del tinaco, el olor a jabón de la lavandería, la pista para correr y la cancha de fútbol.
La línea de espera para tomar la charola sonora en el comedor y el olor de la canela, café, de la comida en los recipientes, el pan tibio, el bolillo caliente.
Las prácticas profesionales, el servicio social, la tesis.
Qué lejos estaba el internado de la escuela de formación colectivista que describe Anton Makarenko en el libro Banderas en las Torres.
El caos y la anarquía como educadores de la falange aquella de hormonales sujetos en la antesala de la mayoría de edad.
Las cartas a la familia.
Pulir competencia lectora, pulir competencia de expresión escrita, las emociones y los enamoramientos juveniles de aquel tiempo.
La evocación de lo que fuimos, de lo que la educación ha hecho de nosotros. A quienes hemos formado, de quienes hemos bebido la savia socioemocional.
La graduación como profesores de educación primaria del Plan 1975 reestructurado.
Lo que llegamos a ser en el campo de la docencia, los que se retiraron y construyeron otros proyectos de vida en el campo u otras actividades productivas.
Los que emigraron a Estados Unidos, abandonaron la plaza de maestro y se abrieron camino a golpe de pulmón, los que permanecieron.
Los jubilados y activos, los deportistas y contemplativos, los oradores, reservados, sanos y los que viven el reto de mantener la salud, los del escuadrón de la vida y la red conjunta de oración y solidaridad que se ha conformado.
Celebrar el encuentro en el alma mater, hacer vibrar el alma, enriquecer el espíritu y el ethos pedagógico.
La mirada ahora con lentes, los rostros deshidratados y las cabelleras sembradas de canas, reunidos para retomar el aire de juventud de aquellos tiempos cuando se era flexibilidad, velocidad y testosterona.
Recordar es vivir, la mediación de la asociación y la anécdota para reconstruir vivencias.
El tiempo aquel de la plaza automática y del pago oportuno.
Feliz retorno al vientre del alma mater donde nos hicimos incompletos maestros.
Hoy que los centros y las certezas se mueven necesitamos abrevar y acunarnos en los conocimientos y valores aprendidos.
Que el círculo de energía positiva de la reunión presencial o virtual de la comunidad de profesores normalistas rurales alimente por mucho tiempo la mutua misión social y se cultive la singular fraternidad.

*Doctor en educación. Profesor normalista de educación básica. zatarainr@hotmail.com

Comentarios
  • Daniel Cardenas Ramírez

    Muy bonita historia y me puso la piel de gallina, yo también egrese de la Normal de Atequiza, Jalisco, y aunque ya todo fue del gerente, también soy participe de los ideales de las escuelas Normales Rurales, vivan nuestras instituciones.

  • Roberto Pérez Martínez

    Dr. Zatarain, me hiciste recordar los pasajes de la vida, como una etapa que inicié en 1979 pero que no terminó en 1983, sino que sigue viva, esa llama que se convirtió en hoguera hasta este día qué, aun seguimos en el servicio docente (2022) (39 años ininterrumpidos como docente frente a grupo)

  • Santiago Gómez Arias

    Excelente remembranza de las vivencias y sobre todo la formación de ese espíritu crítico, que caracteriza a los enredados de este tipo de instituciones.
    Un saludo a todos lis egresamos de esta institución.

  • Antonio Fierros

    Qué deleite leerte, maestro. Ahora trabajo en la normal de Atequiza y aunque no viví esos entrañables tiempos, tu relato genera imágenes en mi mente.

  • Esther Robles Corral

    El normalisno es un germoplasma que puede echar frutos en cualquier contexto en donde se requiera de esfuerzos para enaltecer los anhelos de transformación de una comunidad. Me siento orgullosa de mi esencia.
    Un abrazo, Dr. Zatarain

  • Juan Alberto Pacheco Blanqueto

    Yo soy egresado de la Benemérita Escuela Normal Rural Justo Sierra Méndez de Hecelchakán, Camp. Generación 1970 – 1974 ya a punto de celebrar nuestras Bodas de oro de habernos graduado y cualquier vivencia o recuerdo de nuestra querida escuela nos remonta a todas esas experiencias que se guardan en el baúl de esas hermosas remembranzas

  • Tomas Abdul Martinez Zavala

    Excelente relato de los que vivimos en la gloriosa ENRA una etapa de mi vida que llevo en mi corazón, los compañer@s, los paseos, los maestr@s, todas las enseñanzas que adquiri ahí, recuerdo mucho a don Fide, las tías que siempre nos recibían con una sonrisa y siempre amables la tía chulada y todos los lugares de mi querida e inolvidable normal, saludos a todos ???✌️?????

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