El naco

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Ser naco está de moda: dejarse la barba unos días, utilizar calcetines que no combinan, traer una petaca de México 68, oír Radio Gallito, hablar a gritos al teléfono celular mientras se espera en la fila del banco…
Podría tratarse de la resignación ante lo que no es posible. En la imposibilidad de ser un príncipe, radicalizar un lugar entre la plebe. “Así soy, y qué”.
El naco tiene la conciencia tranquila. No lo hace a propósito. En su desprecio hacia las normas de etiqueta, vive ajeno a los usos y las costumbres. Maldice en medio de un acto académico, escupe en Misa, lanza un albur en una junta de padres de familia y baila con la quinceañera el vals inaugural a pesar de no ser familiar sino un simple invitado…
Ser naco no es un acto de la fatalidad. Nadie nace naco por su condición. El naco se labra a sí mismo con el esfuerzo y la constancia de un santo. Sube las patas a los respaldos del cine mientras cuenta la película que se imagina; lee los títulos en voz alta, mastica las palomitas con la boca abierta, sorbe el refresco de dieta con sonoridad estridente y aplaude el desenlace de la película como si se tratara de una obra de teatro. Siempre tiene listo el piropo incómodo para la protagonista justo cuando una señora de la tercera edad se cruza por su camino. El naco ríe estentóreamente.
La extroversión es una característica ineludible del naco. Nada le avergüenza ni le incomoda. Anda por el mundo con la soltura del que sabe que en toda persona hay un amigo potencial. Se presenta de mano y detalla su profesión. Describe su linaje y da santo y seña de su genealogía, esperando vincular su origen con todos aquellos con quienes intercambia una conversación.
El naco es un espíritu libre. Se ufana de no entender el inglés, a veces ni su propio idioma. Dice “jediondo” y “bien mucho” y conjuga el pretérito de la segunda persona rematando con una “s” silbadita y tendida: “tú ‘fuistes'”, dice. Y reparte abrazos como el padrino que da domingo.
Suele llevar un anillo grande y ostentoso como si se tratara de un sello papal. Aunque no es requisito para ser naco, cultiva una barriga prominente a base de combinaciones alimenticias tóxicas: mucha manteca y mucho dulce. Como si ocupar mayor espacio con su cuerpo fuera una manera de hacerse más notorio y, por lo tanto, caer mejor. El naco se percibe con un resplandor propio a muchos metros de distancia.
Prefiere destinos vacacionales donde puede hacer alarde de sus hábitos. Usa traje de baño retro con calcetines cafés y la camisa de cuello y botones con una irremovible mancha de grasa. Todo aprovecha el naco. Hasta el sombrerito de paja que adquirió en Semana Santa y dice “recuerdo de Durango”. Come camarones bajo una palapa y avienta las cáscaras sobre la arena “para alimentar a las focas”, dice. Previsor ejemplar, no olvida la hielera con cervezas, refrescos y emparedados de atún.
Todos llevamos un naco dentro. Dr. Jekyll y Mr. Hyde, nuestra personalidad reprimida a veces cruza la puerta y se muestra en todo su esplendor. La barbarie atávica se alza con la gloria y grita y baila y hace escándalo mientras la parte civilizada sufre de pena momentánea. Luego, el naco regresa a su estado de latencia, al lunes en la mañana, a la corbata y al “sí, señor”.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

Comentarios
  • Ruth Romo Flores.

    Como siempre felicidades por tus comentarios, rei al acordarme de que todos los días nos encontramos ” Nacos”, en el trabajo, en la calle, en el super, en las vacaciones en el extranjero.

  • Ana Marisa

    Muy atinados tus comentarios, me reí “bien mucho”.

  • Ana Elena

    “Ira qué cierto todo lo que dijistes”, jejeje.

  • Nicandro Gabriel Tavares Córdova

    ja ja ja ja ja Por supuesto que yo llevo un Naco dentro!!! Me encantó mi querido Jorge Alberto Valencia, ja ja ja ja ja ja!!!

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar