El golfo

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Donald Trump es el personaje que logró ser dos veces presidente del país más poderoso del mundo por decir sandeces. Las dice con ligereza y saña. Para provocar enojo y recibir votos. Hay un equipo de especialistas digitales que enlistan sus comentarios, los acuerdan en secreto y los difunden a través de las redes. Serán sandeces, pero los partidarios, reaccionarios y adoradores de su peinado las asumen como las tablas de Moisés. Y las pelean como si se tratara de las Cruzadas.
Sus insultos a la soberanía de los dos países con los que el suyo comparte fronteras son ejemplo de su atrevimiento. Sabe que es inmoral, pero con ello consigue adeptos.
El presidente de los pelos raros ahora quiere cambiarle el nombre al Golfo de México por el de “Golfo de América”, con el apoyo de Google y de millones de simpatizantes.
No es una novedad que las culturas hegemónicas, casi siempre colonizadoras, expansionistas, imperialistas, al invadir territorios, rebautizan las localidades con la intención de demostrar su poder: hacer “suyos” los lugares por donde pasan (la bandera en la luna cumple ese propósito). El poder comienza con el lenguaje. La “Nueva España” fue una transnacionalización de las tierras americanas dominadas por los españoles de los siglos XVI-XIX. Lo mismo “Nueva Inglaterra”, “Nueva Escocia”…
De hecho, el nombre de “América” hace mucho que sufrió un “secuestro lingüístico” por parte de los Estados Unidos, para referirse a su territorio y excluir de su denominación al resto de los países ubicados en el continente. El país sin nombre que se autobautiza con la megalomanía continental.
Ahora toca el turno al golfo norteamericano que recibe al Océano Atlántico bajo la calidez del Caribe. Más allá de una denominación pueril, el acto de renombrarlo obedece a una actitud de hostilidad verbal, característica de la administración actual. Se trata de la versión de la nomenclatura equivalente al histrionismo de la motosierra con que pretende adelgazar al Estado. En el presidente todo parece tener tintes de un espectáculo circense que entusiasma a sus simpatizantes y cuestiona a sus opositores.
El “Golfo de América” resucita la Doctrina Monroe en su versión más trivial. Detrás de esto se desata nuevamente un nacionalismo estadounidense radicalmente etnocentrista y filosóficamente peligroso. Es la tarjeta de presentación de un gobierno que quiere dejar clara su política exterior de intolerancia y una posición doméstica de fervor chauvinista y narrativa narcisista, autocomplaciente, de amenaza a lo extranjero o a lo diferente.
El golfo del presidente demuestra la banalidad de una corte que confunde la forma con el fondo. Calígula rindiendo honores a su caballo “Incitatus”: ¿para “incitar” el servilismo de los senadores o sólo para demostrar que las tonterías, si proceden de un poderoso, se convierten en agenda prioritaria? Las aguas de ese golfo no cambiarán sus corrientes por los caprichos de nadie ni por el nombre, que es una manera fugaz y transitoria de definir a la naturaleza. El mundo lo ha sido sin nosotros y lo seguirá siendo cuando ya no estemos.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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