El festejo

 In Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Consiste en una imitación del profe a cargo de los niños de secundaria más vagos. A cambio de un punto en Matemáticas, el elegido acepta repetir en público lo que hace en corto con sus amigos, durante el receso: magnificar hasta la burla los defectos del mentor. Los compañeros se ríen y el “festejado”, en la soledad de la tarima del auditorio, se avergüenza, pero agradece con falsa sinceridad. Es el Día del Maestro. En secreto, el blanco de la mofa registra a los chistosos, inmunes entre el público, para revisar con mayor esmero las respuestas de sus próximos exámenes. También sabe su apodo: “el Sapo”, y por qué en cada inicio de clases los pupilos croan a discreción y expresan repentina afición por los anfibios.
El buen profesor finge con verosimilitud. La mayoría se desquita con irreprochable justicia, explica el tema como puede (puede poco y mal) y evalúa con sesgo. Nadie lo culpa. Los estudiantes no tienen virtudes intrínsecas ni nadie que se las fomente; los colegiados coinciden en la sala de maestros.
El profesor es el responsable moral del futuro de la civilización humana. Bajo esa certeza, el maestro planea su clase, evalúa, reporta a casa los resultados.
En “Pierre Menard, autor de El Quijote”, Borges escribe que “la gloria es una imprecisión y quizá la peor”. En su día, el maestro es reconocido por lo que debe ser. En secreto se adjudica lo que es, puede, quiere.
Sabe que el diploma firmado por el inspector, el bono que compensa el panegírico y la corbata amarilla que los padres de familia cooperaron para envolverle…, todo eso es insuficiente y trivial. Quizá de dientes para afuera. Imprecisamente felicitado por un oficio como todos, bajo un albedrío como cualquiera, el profesor valora que le bastaría con el abono mínimo a su dignidad.
El Día del Maestro es una celebración política. Los actores sociales purifican sus culpas. Por lo poco comprometidos hacia sus propios estudios, por la indiferencia concedida a sus educadores y por el desprestigio hacia la profesión en la que todos terminan contribuyendo. Los chistes de Pepito y su maestra, el soslayo al gremio como “un mal necesario”, el reconocimiento que se recicla cada 15 de mayo…
La supuesta gloria que se le endilga al pedagogo por entretener a la infancia, es un acto de “mea culpa” para driblar una responsabilidad que es de todos. De todos los adultos que rodean los procesos formativos y de crianza de los niños y adolescentes.
Que los festejos de su día doten a los maestros de respeto, apoyo moral y recursos (económicos y de salud mental) para dignificar una profesión que cada vez se suma más en el desprecio, la inutilidad y el riesgo.
¡Feliz día!

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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