Educar sí. Pensar ¿cuándo? (Segunda parte)
Miguel Bazdresch Parada*
Escribía el 20 de abril, en la primera parte de esta nota: “Conseguir que los estudiantes “aprendan a pensar” es la meta escondida del objetivo de educarlos”. Pensar, potencia humana si alguna, no pasa a realidad sin un aprendizaje sobre cómo hacer esa acción.
Nos ayuda en esta comprensión el estudio de la interacción humana y la interacción social. Si el proceso educativo se pone en práctica mediante la interacción entre estudiantes y profesores conviene reconocer las condiciones para ejecutar una interacción capaz de construir un acto educativo y, por tanto, una propuesta para “aprender a pensar” y luego un “ejercicio del pensamiento” para aprender.
Pensar es un acto, complejo, suscitado por una sorpresa, por una pregunta ante lo desconocido, ante una demanda de otra persona, en suma, ante una experiencia, incluso las mociones de nuestra interioridad y de los sueños. El pensar, dicen los autores, se inicia con experimentar lo cual suscita la pregunta ¿qué es eso que veo, oigo, siento, etcétera? Pregunta capaz de suscitar una respuesta, sea del mismo sujeto experimentador o de otra persona quien le ayuda a responder la cuestión inicial: eso que ves, oyes, sientes, es… tal cosa. Ahí comienza el proceso de significación mediante el cual el pensamiento se activa a fin de entender la explicación y se activan las preguntas para completar la intelección y poder afirmar: ya entendí. En ocasiones esa situación puede llevar horas, días y aun años. Esa intelección, o su primera versión puede ser materia de conversación entre los estudiantes de un grupo y el profesor, a condición de no centrarse en el contenido y la presión de tocar todos los temas de la planeación, sino centrarse en la conversación sobre las diferentes intelecciones de los estudiantes y las diferentes valoraciones de éstos, con lo cual se prioriza el proceso de aprender y el aprender a pensar. En algún momento se puede descubrir ese “pensar-pensando” en la medida que los intercambios de significados, juicios y valoraciones de los estudiantes den lugar a revisar cómo es que han llegado a esas consideraciones.
La descripción anterior es simple; en los hechos puede complicarse y complejizarse. Un educador formado para pensar y hacer pensar puede lograr maravillosos aprendizajes con esas situaciones. Una herramienta teórica, conceptual y práctica es la interacción, en especial la interacción educativa. Brillantes mentes han trabajado con el “interaccionismo” con el cual nos ayudan a comprender el sentido y los elementos de la interacción y de la interacción educativa. Por ejemplo, Herbert Blumer, Antonia Candela y María de los Ángeles Pozas son sólo dos investigadores cuyas aportaciones para comprender los detalles y las posibilidades de la interacción.
Desarrollar los procesos educativos construidos desde los hallazgos del interaccionismo y con los ejemplos de los trabajos de investigación en sitio (salones y escuelas) de los investigadores mexicanos permiten hacer del educar un importante proceso de “aprender a pensar y pensar para aprender” y asimismo de hacer posible aprender pensamiento sistémico, pensamiento complejo, aprendizaje colaborativo y aprendizaje basado en la experiencia.
*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]