Educación y sus dineros
Miguel Bazdresch Parada*
Educar es un proceso complejo; educarse supone un largo trayecto en el cual la ayuda de familia, maestros y colegas es fundamental. La escuela ha sido un lugar destinado por la sociedad a colaborar con las personas a fin de conseguir domar poco a poco sus cualidades, reconocerlas y utilizarlas para conseguir los bienes necesarios a su vida y a la construcción, lenta y decisiva, de su cultura y entendimiento de la naturaleza de este mundo y de sí mismo. Así, podemos lograr avances en ese proceso de educarnos, tan amplio, continuo y fascinante como la vida en sí.
En todos los tiempos del mundo, las personas hemos necesitado un educador, un profesional capaz de ayudarnos a desarrollar las aptitudes para aprender por nosotros mismos, con la ayuda de parientes, amigos y, quizá, enemigos. En nuestro tiempo del capitalismo liberal, por un lado, y el socialismo intransigente, por otro, las profesiones, incluida la de educador, maestro, se liberalizaron y el trabajo profesional se volvió sinónimo de trabajo pagado.
Desde ese entonces los gobiernos (liberales o socialistas) se encargan de pagar la tarea y el servicio de los profesores, y en muchos países también se encargan de construir escuelas y centros de formación de maestros y personal administrativo, y además de los gastos necesarios para la operación cotidiana de esas escuelas. El educador empezó a ser visto como un trabajador de la educación.
Esa visión contrastó con aquella concepción del educador como persona con sabiduría, fuera de las artes, de las ciencias del hombre, de la sociedad y de la naturaleza. Personas capaces de ayudar a las generaciones de infantes, de jóvenes y aún de adultos a comprender el mundo, el universo, la sociedad, la naturaleza humana y sus creaciones manifiestas en las obras de las artes: pintura, escultura, escritura y música. De ese impulso son cuidadores e intérpretes los educadores, y así cumplir su misión: Formación de personas capaces de comprender y significar el mundo en el cual estamos y nuestro sí mismo desde el cual fundamentamos la trascendencia. Así, la pregunta es indispensable: El educador, ¿es también, y principalmente, un trabajador, tal como lo precisa la ideología capitalista? Y si la respuesta es no, entonces, ¿de qué va a vivir en una sociedad capitalista un educador? Por eso, aun en la sociedad más capitalista de este mundo llamado Tierra, financia la educación, al menos en una parte significativa.
La economía capitalista, en muy apretada y simplista síntesis, se basa en la producción de bienes y servicios, los cuales pueden ser adquiridos por los habitantes de esas sociedades con dinero, el cual se adquiere con el trabajo asalariado, el cual se paga con parte del producto de la venta de bienes y servicios, producidos por el gobierno o por los propietarios y empresarios, con dinero que proviene del plus de precio añadido al precio de producción del bien producido.
El gobierno en este arreglo produce bienes comunes no producidos por los particulares, cobra impuestos (un porcentaje del dinero involucrado en cualquier transacción entre personas o entidades económicas) para pagar a sus propios trabajadores y financiar la oferta de servicios costosos y a la vez indispensables, tales como salud, educación, energía y vivienda. Ahí entran los educadores, los maestros de escuelas y universidades sostenidas con dinero de los impuestos.
Así, no es posible que un educador, trabajador del gobierno, no se preocupe por su ingreso y sus prestaciones (ingreso en especie) incluso antes de realizar su trabajo. Y, sin duda, eso repercute en la calidad de su ejercicio profesional con los estudiantes. Desde luego, no es una situación de causa-efecto, y sí de la organización de la educación en el país, bajo un solo modo de regirla y hacerla crecer. Frente a un país de gran diversidad cultural, social y económica, la cual impide en los hechos una “educación nacional” (excepto en las características republicanas) dada la variedad de los diversos rumbos de nuestra república.
Un educador se enfrenta a una variedad de situaciones cotidianas para hacer su trabajo: lograr estudiantes capaces de aprender. El diseño institucional actual no respeta las diferencias de contenidos, diferencias de estudiantes, diferencias de capacidades de los educadores, diferencias del contexto cultural que rodea a cada escuela. Y, además, el educador se enfrenta, todavía hoy, a ciertas obligaciones no negociables: qué debe aprender el estudiante, cuándo aprenderlo y cómo aprenderlo. Todo dictado desde el centro del país. De este panorama se obtiene la necesidad de una modificación para aplicar los nuevos descubrimientos de la pedagogía. Nada fácil ni rápido, difícil y con calma. La alternativa es entregarse a la inteligencia artificial.
*Doctor en Filosofía de la Educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx