Educación pública para beneficio de la población circundante

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Para muchos de nosotros, suena lógico e incluso ético el dictum de que “todo edificio público tiene la oportunidad y la responsabilidad de mejorar el barrio en el que se sitúa”. No obstante, desde la escuela pública es difícil encontrar los mecanismos para organizar nuestras acciones y para conseguir los recursos que aseguren dos cosas íntimamente relacionadas: mejorar la educación dentro de las aulas y mejorar el entorno (barrio tradicional o nuevo enclave urbano o rural) en que se sitúa el plantel.
Como estudiantes, padres de familia o trabajadores de las escuelas públicas, estamos en una posición privilegiada para observar, registrar, evaluar las necesidades de las aulas y del entorno social en el que se inserta la escuela; a veces incluso para gestionar, solicitar y dar segumiento al uso de los recursos para resolver las necesidades dentro y fuera de las aulas.
Asegurar mejores condiciones para el aprendizaje dentro de las escuelas, como iluminación, protección frente al clima, equipamiento y mobiliario, no está peleado con promover condiciones adecuadas para que los usuarios de la escuela pública (que ofrece un edificio que se puede aprovechar adecuadamente para bibliotecas públicas, juntas barriales, reuniones cívicas) lleguen al plantel y lo consideren parte de su barrio.
Las escuelas públicas, aunque en una buena cantidad de casos también las escuelas sostenidas con fondos privados, tienen una relación con los barrios en los que se insertan que les permiten convertirse en adecuados contextos para la discusión de problemas que van más allá del aprendizaje de sus estudiantes. Su vida académica las hace dignas de ofrecer diagnósticos de su entorno espacial y social, a la vez que esta posición exige directamente a quienes trabajamos o somos usuarios de ellas una visión responsable respecto a los problemas que planteemos o de las formas de abordarlos.
Acciones tan simples como asegurar que las bardas perimetrales de las escuelas públicas estén siempre bien cuidadas, repercuten en un barrio que es percibido como cuidado por los vecinos. Cuando las escuelas públicas son consideradas como parte del barrio y no un espacio aislado, estas acciones pueden multiplicarse: si ya están pintadas las bardas y los muros de la escuela, los usuarios y vecinos no sólo se preocuparán de que se pinten las aulas, sino también de que haya una imagen digna en las calles y banquetas que conducen a la escuela, en el mercado del barrio, en las zonas que se utilizan para los tianguis semanales, en las fachadas de las casas que colindan con la plaza o los parques públicos.
Es frecuente incluso que florezcan algunas actividades y algunos negocios en las cercanías de las escuelas públicas cuyos promotores se preocupen por servir a una comunidad escolar con la dignidad que se desprende de la imagen y las actividades de la escuela orientadas a la comunidad barrial. Esta interacción, aunque podría parecer vanal, acaba por ofrecer un espacio social más amplio que el de la escuela y genera productos y servicios como papelerías, tiendas de ropa, de comida, de juguetes y otros materiales adecuados para las edades e intereses académicos de los educando.
Esos establecimientos se ubican en vez de largas calles inhóspitas por las que los estudiantes y sus familias transitan como parte de un riesgoso traslado entre la isla de sus viviendas (o de la parada del autobús) hacia la escuela y de regreso.
Aprovechar la oportunidad y reconocer la responsabilidad de las instituciones educativas para mejorar su contexto puede ser una oportunidad para enriquecer lo que la comunidad puede ofrecer a la propia escuela.

*Profesor del departamento de sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Alvaro Marín Marín

    Muy buena propuesta pero hay que ampliarla a que los porros no asalten en las inmediaciones de las escuelas a los transeúntes, ni al transporte público, ni a los comercios de todos tamaños.
    En el D.F. hay bandas que se dicen de “anarquistas” que pintarrajean y rompen todo lo que pueden ante la indiferencia de los policías, quienes no pueden tocarlos ni con el pétalo de un citatorio a sus padres.

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