Échale ganas
Jorge Valencia*
Después de “mexicanos, al grito de guerra”, y antes de “… tu madre”, la expresión “échale ganas” define nuestra identidad nacional. Significa una recomendación a un tercero (cumple la función conativa del lenguaje, según Jakobson) para esforzarse en el cumplimiento del deber. Es un aparente aliento, distante y respetuoso.
Pero la frase lleva un segundo significado (subtexto), tácito y paralelo, de fracaso: no se espera éxito en el esfuerzo, salvo un milagro o el cumplimiento inexorable del destino. Es decir, el resultado no depende de quien lo perpetra, sino del azar.
“Echarle ganas” quiere decir hacer lo posible por conseguir un logro a sabiendas de que conseguirlo no será posible.
Es una frase derrotista y de resignación. Ya qué. Escucharla representa asumir el peso de una losa: quien la emite no confía en la destreza del receptor de su mensaje. Da por hecho que no puede. “Échale ganas” quiere decir “ya sabemos que vas a fracasar”.
Le “echa ganas” la selección de futbol cuando juega contra el campeón del mundo y no es novedad que pierda. Lo natural es que no gane, por eso le echa ganas. Le echa ganas el exnovio abandonado por una mujer que no lo quiere y lo ha dejado con una autoestima en situación vulnerable. El corrido de un empleo, el reprobado, el vencido de una guerra.
“Échale ganas” es un mantra de consolación. Una expresión de cortesía.
El enclítico “le”, que tanto nos gusta a los mexicanos, diluye y confunde el destinatario de la acción: “pásale”, “córrele”, “échale”… Usado más como eufemismo que como objeto indirecto.
En “préstale un peso a tu hermana”, la beneficiaria última es la hermana. En cambio, en “échale ganas”, las “ganas” dependen del recomendado de la acción, quien, en situación de damnificado, lo menos que tiene son “ganas”. Además del eufemismo, la frase es una expresión compasiva. Se acompaña de una palmada en la espalda y una invitación de tequila, José Alfredo Jiménez y “sanlunes”.
Se le dice “Échale ganas, campeón” al diagnosticado de cáncer, al que se le cayó la casa en el terremoto, al huérfano en edad temprana, al que descubrió que su mujer lo engaña… A ésos y otros con quien la vida se ha ensañado.
Echarle ganas en una situación cuestarriba es un acto de masoquismo que amerita la frase célebre de Sócrates: “Es mejor sufrir una injusticia que cometerla”, éticamente ejemplar, pero sin garantía de nada más que la paz de la conciencia.
*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx