Diciembre

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Diciembre es una temporada blanca. La nieve artificial se instala en territorios donde la verdadera sólo sabe a limón y se compra en galletas con forma de conos. El frío es provisional y depende de los frentes que la naturaleza esparce a capricho sobre nuestra calidez sin sobresaltos. Los trineos que las películas extranjeras exhiben con gente que viste ropa excesiva, entre nosotros resultan aventuras exóticas. La inclemencia ambiental es cinematográfica. Pasamos navidad con camisas gruesas o suéteres ligeros. Rara vez necesitamos paraguas después de superado el verano.
Santa Claus nos visita en úber. El trineo quedó varado en una nevería distante. Viste pants deportivos con el escudo de Chivas. Obsequia borrachitos para los grandes y máscaras del Santo o colas de sirena, según géneros y costumbres, para los chicos. Para los mejor portados, tabletas digitales y, para los peor, tarjetas de felicitación que nadie agradece. No accede Santa por las chimeneas simuladas sino por las puertas de anfitrionía razonable: la inseguridad obliga identificación oficial y registro con firma. Santa sigue los protocolos de repartidor y la cortesía asignada a los desconocidos.
La familia se congrega en torno de una mesa donde faltan los miembros que riñen por la herencia. Nada espectacular. Quizá tamales y champurrado o pollo Kentucky, para simular el pavo que pocos pueden costear y casi nadie quiere -sabe- cocinar. El brindis no goza de crédito. Las palabras suenan a compromiso y vergüenza y la sidra es una tradición ya descontinuada.
La blancura de diciembre permite los buenos modales. Un afecto sin pasión ni sobresaltos. Las posadas son fiestas preparatorias que justifican la ausencia posterior (y los regalos) durante la Noche Buena. Y entre jóvenes, reuniones donde el exceso no es emocional sino líquido y se sirve en vasos extra grandes de sabor amargo.
José Alfredo Jiménez cantó “diciembre me gustó pa’ que te vayas”, como un mantra repelente de las malas compañías. La impoluta temporada que nos deja en ceros, sin deudas afectivas ni odios amorosos. Época de limpieza y cajones vacíos. De amistad actualizada y vínculos en posición de reinicio.
Santa asiste como un visitante menor. Por compromiso. La familia cena y se va. El frío se disipa con la salida del sol. Ya vendrá marzo.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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