De la imposibilidad del Auto-reconocimiento
Luis Christian Velázquez Magallanes*
Una placa de reconocimiento se entrega para dejar constancia sobre el desempeño, logro, resultado o esfuerzo, individual o colectivo, en la consecución de una meta o un bien social.
Las placas se asemejan a las coronas de laurel que otorgaban en la antigua Grecia a los atletas que destacaban por sus logros. Los griegos organizaban los Juegos Olímpicos con la finalidad de celebrar el areté, es decir, a los hombres que se dedicaban a cuidar su salud física e intelectual. Cada vez que la humanidad considera que ha entrado en un período de crisis por su vileza y odio al otro, regresa al estudio de los valores heredados por los griegos.
La sociedad moderna tiene una peculiaridad espantosa, en nombre de cada quien se desarrolla como puede y quiere; se han dejado valores importantes como el sacrificio, el orden, la cultura del trabajo, el esfuerzo intelectual y el desarrollo del carácter. Dicen los críticos a medias, y sin razones suficientes, que vivimos en la época de la cancelación, el fune y estamos rodeados de seres con un temperamento demasiado frágil.
La consecuencia de esta pérdida de sentido ha propiciado lo que llamaremos la celebración de la mediocridad. Sería como leer a un Emil Cioran justificando la existencia de lágrimas dulces. Me parece fundamental rescatar los procesos individuales, pero no debemos perder nuestro sentido de trascendencia, nuestros valores universales, nuestro sentido ético, nuestros ideales estéticos, porque dejarlos equivaldría a la renuncia de nuestro estatuto ontológico como la especie consciente del Universo.
En alguna ocasión le pregunté a un buen amigo sobre quién definía a los buenos escritores de los malos. Me explicó que el nombramiento solo podía ser otorgado por una pluma consagrada. En ese momento, comprendí que los reconocimientos son juicios de expertos en donde aclaman o señalan la importancia, significación o trascendencia de un hecho o una creación y, es posible, porque cuentan con un bagaje teórico que les permite explicar o justificar las razones para reconocerse.
Luego entonces no existe la posibilidad del autorreconocimiento. El único que tuvo los bríos para hacerlo fue Sócrates y más cuando cantó: Qué lindo soy, qué bonito estoy, cómo me quiero, sin mí me muero, jamás me podré olvidar…
La administración saliente de la Secretaría de Educación Jalisco (SEJ) mostró una tendencia permanente a la autoalabanza. Somos, expresaban, el único estado con una política educativa acorde a las circunstancias, por eso tenemos guías de trabajo distintas a las de la federación para los consejos técnicos escolares; Recrea, argumentaban, hará que los centros educativos sean escuelas de excelencia. Bajo este clima armonioso y lleno de felicidad, en los últimos días de su gestión, les pareció brillante y muy propicio reunir en un foro esplendoroso y lleno de oropel a los directivos de diferentes niveles educativos para entregarles una placa que dice: “Somos Recrea”.
Los centros citados estaban siendo reconocidos por la misma SEJ por ser modelos de innovación, por el diseño e implementación de proyectos integradores o por ser escuelas promotoras de los principios Recrea.
En serio…
En política no hay coincidencias, hay eventos que se estructuran; es más, se definen y se presiona su conexión para justificar que un evento “a” ocasiona al evento “b”, pero, al ser conexiones forzadas, caen en un error argumentativo que se denomina falacia de causa falsa.
La administración de Recrea contrató a un equipo de académicos españoles encabezados por Xabier Aregay para realizar una evaluación de su gestión. Le dejo el link: https://www.xavieraragay.com/principales-conclusiones-de-la-evaluacion-del-impacto/
En el blog se habla sobre el resultado de su evaluación: “El proyecto Recrea y las CAV han conseguido establecer un modelo de educación pública en Jalisco que impulsa un impacto positivo en directivos, docentes, estudiantes y familias y promueve una comunidad educativa inclusiva y participativa”.
Los juicios apuntan al reconocimiento de una labor muy exitosa, pero no hay datos; no hay cifras, no hay evidencia que pruebe lo dicho. No se muestra el sustento empírico de tales afirmaciones.
Luego entonces, ¿será que los juicios expresados por los académicos españoles se usan para justificar los reconocimientos otorgados por medio de la placa Recrea? No existe un emoji para expresar la decepción que siento.
Las políticas y los modelos que surgen como proyectos de Estado deben ser evaluados desde una perspectiva crítica para reconocer hasta dónde están incidiendo en su mejora. Los indicadores en la evaluación deben revisar la calidad, cobertura y porcentajes de eficiencia terminal en los niveles y grados atendidos.
Si esto es así, los reconocimientos válidos se otorgan después de una evaluación que justifica la proeza del hecho mediante un análisis crítico y presentando evidencias veraces y válidas, mientras que el culto a la mediocridad se basa en la autoalabanza, donde no hay autocrítica y solo se percibe la exaltación de la personalidad. Narcisos jugando al yo-yo.
En este sentido, me parece que el docente tiene el deber moral y profesional de analizar los actos y líneas de las políticas educativas del estado; el maestro debe asumirse como la parte crítica del sistema educativo, porque él conoce día a día los pormenores del fenómeno que atiende.
Por ello, aunque no se vea bien, debemos preguntar por qué o qué criterios se usaron para la entrega de estos reconocimientos. Su necesidad radica en el hecho de validar al proceso mismo y, con ello, si encontramos las justificaciones correctas, tendríamos que emular o parecernos un poco a las escuelas que dicen “Somos Recrea” y con ello evitaremos eso que denominamos culto a la mediocridad.
*Licenciado en Filosofía. Profesor en la Escuela Secundaria General 59 “Francisco Márquez”. [email protected]