De cómo los nuevos conceptos lo cambian todo

 en Carlos García

Carlos M. García González*

Leer los periódicos reafirma la sentencia aquella de que “ya ni el futuro es lo que era”. La invención de vocablos (palabrejas pues), no surge, ni como nos decían en la doctrina –ese recurso para memorizar mitos y conseguir dulces a cambio– como un acto fundador de nuestro padre Adán, ni como creía Platón, por un acuerdo entre sabios que determinan su significado y uso; ni tampoco por Piaget corifeo de éste, quién se apropia de su idea del proceso dialéctico de asimilación-acomodación sin citar ni poner comillas a la fuente platónica del pirateado diálogo: Cratilo. Cada día un anónimo colectivo y unánime inventa palabras y gestos para nuestros tiempos. Así me encuentro con neologismos como “neolengua”, cuyo antecedente literario evoca 1984, la terrible profecía que se está cumpliendo, el libro de la “Naranja Mecánica” de Anthony Burgess en la cual, la lengua de la calle mezcla vocablos franceses, rusos e ingleses. También en las crónicas de Ricardo Garibay, como en “Las Glorias del Gran Púas”.
Otro neologismo es: “postverdad”, popularizada a partir de fenómenos electorales en los cuales ya no importa el fundamento en hechos verificables de lo dicho a favor o en contra de candidatos. La era de postverdad fue caracterizada por Federico Nietzsche, popularizada por el relativismo y reinventada por la generación de la posguerra y retratada en novelas como “Rebelión en la Granja” de George Orwell; finalmente bautizada con el neologismo por Ralph Keyes en el 2004.
Naomi Klein advierte que hay conceptos que lo cambian todo, precisamente en su libro “Esto lo Cambia todo”, material que debía ser de lectura obligatoria para la educación ambiental desde preescolar hasta posgrado… pero no creo; no propone coartadas sustentables y sus evidencias hacen insostenible las buenas intenciones del año del cambio climático, con sus maestrías y posgrados del santo padrón Conacyt. Su problema es que señala al capitalismo salvaje de las compañías petroleras como el principal factor contemporáneo del cambio climático; y esta crítica no será compatida ni divulgada.
Entramos en la cultura del “postdato”, dicho crudamente esta cultura diluye (borra, elimina, difumina pues) la frontera entre la mentira, la licencia poética y la simple indecencia. Así, es posible afirmar cualquier argumento sin asumir las consecuencias de que sea distorcionado, falso o mentiroso. Esto, siempre lo supieron la propaganda nazi, la soviética, hasta la del partido republicano y del revolucionario institucional, pasando ciertamente por Hollywood. ¿Cómo le explico a mis hijos y a mis nietos cuando los tenga, que ya no hay valores universales, ni seguridades o verdades eternas?… Mi abuelo me las recetó cuando me vio ya sazón: “de dos cosas puedes estar seguro, solamente de dos. La primera es que estás vivo, la segunda es que te vas a morir, de ahí en fuera no puedes estar seguro de nada”. No está de más recordar que para esta época postcapitalista todo es mercancía. Absolutamente todo. No ha pasado ni un minuto de la fotografía tomada en las playas de Turquía, ni la tomada en la ambulancia de Alepo para que la tragedia de la infancia se convierta en la foto de portada de periódicos y noticieros. Hace algunas semanas aconteció una tragedia más. Un lector informado por la postverdad, evasor del dato, la confirmación o la duda razonable entró a una pizería y pistola en mano disparó sobre el techo haciendo huir a la clientela. Su razonamiento estuvo fundado en un artículo periodístico que afirmó que en ese lugar, los demócratas de Clinton tenían una reserva de niños sobre los cuales saciaban sus apetitos más perversos. Y esto lo refiero de un periódico de quien ignoro si sus fuentes son fidedignas (verdaderas, netas pues).
En realidad, ni debía de sorprendernos, la clase política del rancho grande nos entrenó desde hace decenios con su innovación local de la neolengua, la postverdad y el postdato. Pero esto ya no es lo que era. Si anunciaban que bajaría el precio de la canasta básica sabíamos que debíamso ir a llenar la alecena pues vendría un tsunami de aumento de precios, si nos decían que el peso era una moneda firme, rápidamente comprábamos unos pocos dólares y así con todo. La interpretación era sencilla: si dicen “A” entonces será “Z”, su opuesto; pero ahora ya ni eso… debemos hacer un cálculo de probabilidades o un volado. ¿Será o no será? Y ante la incertidumbre, surge la servidumbre: “no lo sé, pero… bueno”. Bueno?

*Profesor-investigador del Centro Universitario de Los Lagos de la UdeG. carlosmmanuel@gmail.com

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