¿Cuáles son los libros de las maestras y los maestros?
Miguel Angel Pérez Reynoso*
Me llegó una convocatoria por invitación para participar en la elaboración de un libro colectivo, donde dé cuenta (desde la experiencia personal) que influyó para leer y qué tipo de libros y, de ahí, de qué manera uno se acerca al oficio de escribir y comienza a hacerse escritor.
Esto me lleva a pensar acerca de cuáles son los libros de las maestras y los maestros, los libros que leen, que han leído o aquellas obras como obras de cabecera, ¿qué leen y qué escriben? Con la pregunta damos por hecho que las y los maestros leen y escriben, pero qué contenidos y de qué géneros.
Aunque la literatura en este campo de conocimiento no es muy abundante, aquí estamos ante tres supuestos que deberían verificarse en estudios a profundidad:
a) Vivimos un proceso que evidencia un decremento en el fomento den los hábitos de lectura y escritura de docentes y profesionales de la educación.
b) Se privilegian las lecturas instruccionales o por obligación, lo que la SEP indica o lo que refieren asesores o conductores de algún curso o programa de profesionalización.
c) No siempre la lectura va acompañada de la práctica de la escritura. La práctica de escribir relatos, narrativas, ficciones, biografías o cualquier género es una práctica poco usada por las y los docentes en servicio.
Por lo tanto, el escenario no es muy halagador, porque las y los profesionales de la educación leen muy poco, leen mal y no siempre fomentan el hábito de leer con la práctica de escritura, no quiero caer aquí en una especie de descalificación del quehacer profesional.
A partir de una serie de propuestas educativas vinculadas con la reflexión de las prácticas dan cuenta de que, a los docentes y profesionales de la educación, se les concibe como intelectuales reflexivos ligados al desarrollo del pensamiento crítico, que leen, que escriben, que cuestionan, que se hacen preguntas, que proponen y que mantienen una postura personal ante el mundo y ante su propia profesión y también ante el sistema en el cual laboran. Si, pero no todos los docentes forman parte de este segmento de sujetos.
Por lo tanto, el arte de leer y escribir está asociado a un atributo mayor, que tiene que ver con un capital cultural y profesional que los sujetos han ido desarrollando y que lo usan como parte de su distinción profesional.
Regresando a la pregunta de origen ¿qué leen y qué escriben los docentes de ahora? No cuento con sustento empírico para responder, todos son supuestos, una larga hipótesis de trabajo. Las y los docentes han dejado de leer literatura y material instruccional debido a los cambios globales, a la propagación de imágenes y al uso obsesivo de aparatos tecnológicos como las tabletas y el celular que han contribuido a reconfigurar el hábito por interactuar con textos escritos con historias, con narrativas.
Y también el problema es generacional y cultural, los docentes no leen porque también la sociedad no lo hace y no les exige que lo hagan. Tenemos muy pocas historias contadas desde la mano y la imaginación de docentes, existe un temor a la crítica cuando se expresan por escrito y dicho temor paraliza el gusto y mutila la creatividad.
El reto es mayúsculo, necesitamos –como decía Pedro Hernández de la Universidad de Tenerife–, “si para miles de niñas y niños la única ventana a la cultura es el maestro que tienen enfrente. Por lo tanto, necesitanos, maestros cultos”. Si, pero en dónde los vamos a encontrar cuando sabemos que las escuelas Normales no los están formando, ni la vida cotidiana tampoco. ¿Entonces?
*Doctor en educación. Profesor–investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. [email protected]