Convivialidad, una posibilidad
Miguel Bazdresch Parada*
Convivir es un imperativo de la humanidad del ser humano. Basta darnos cuenta de cómo un niño recién nacido no puede vivir sin la atención convivencial de sus padres o, en su defecto, de otros cuidadores capaces de otorgarle cariño, alimento y compañía permanente.
Por eso es urgente atender los efectos de las fuerzas sociales de los últimos dos siglos, en los cuales el individualismo –esto es la creencia en la superioridad y primacía del individuo– cuyas manifestaciones tanto cotidianas como permanentes, han crecido en los distintos ámbitos educativos. Basta reconocer cómo las “desapariciones” de estudiantes universitarios han crecido y afectado a la capacidad universitaria de construir comunidad. La comunidad hoy queda relegada a un segundo o un tercer término en importancia de la vida de los grupos sean familiares o de amistad. Esta primacía individualista reduce al mínimo la importancia de la convivencia y, por ende, la dificultad de reconocer la convivialidad como una condición de la vida social sana, intensa y promotora de valores comunes.
Hace ya varios años que en la vida escolar se manifiesta una creciente presencia y una tolerancia de prácticas violentas entre los diferentes segmentos de personas que coinciden en la escuela.
Asimismo, se han generado estudios y propuestas cada vez mejor fundamentadas para modificar la práctica escolar y educativa, a fin de generar desde esas nuevas prácticas ambientes escolares menos violentos y con mayores y mejores atenciones a los estudiantes y maestros, quienes sufren en su persona violencias e insolencias. Programas oficiales, sistemas de normas, capacitación a maestros y directores para frenar la violencia escolar son cada día más comunes, al tiempo que se constata lo insuficiente de su aporte práctico a la vida escolar si de mejor convivencia se trata.
Existe una reflexión realizada por Iván Illich, un estudioso de los fenómenos que afectan a las relaciones entre personas y en especial las relaciones sociales al interior de las instituciones, cuyo propósito es cuidar la humanidad de la vida de las personas en sociedad. Educación y salud fueron dos de sus campos de estudio más detallado. Recogió un concepto olvidado, la convivialidad, para ofrecer un análisis de las condiciones causantes de la situación agitada de la vida escolar y la orientación funcionalista de la atención de la salud.
El análisis de las escuelas de Illich le llevó a proponer la desaparición de la escuelas tal y como las conocemos, y la construcción de una sociedad desescolarizada. En su libro “La Sociedad desescolarizada” propone:
“La educación universal por medio de la escolarización no es factible. No sería más factible si se la intentara mediante instituciones alternativas construidas según el estilo de las escuelas actuales. Ni unas nuevas actitudes de los maestros hacia sus alumnos, ni la proliferación de nuevas herramientas y métodos físicos o mentales (en el aula o en el dormitorio), ni, finalmente, el intento de ampliar la responsabilidad del pedagogo hasta que englobe las vidas completas de sus alumnos dará por resultado la educación universal” (1985, p. 5).
En el libro delinea los rasgos de esa sociedad nueva sin escuelas y con nuevas instituciones para cumplir la construcción de comunidades capaces de reducir los males del individualismo. ¿Será posible esa propuesta hoy 40 años después?
*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]