Conversar la escuela secundaria, los entresijos del sufrimiento y la rebeldía liberadora
Víctor Manuel Ponce Grima*
Conversar la escuela secundaria nos compele a actuar. Como le decía Marx a su amigo Engels, “no soy una bestia, y no podemos dar la espalda a los problemas de la humanidad”. La lucha por la transformación de la escuela secundaria, puede ser pensada, sentida y convertirse en praxis, desde cuatro planos posibles: 1) por lo que ocurre adentro de la escuela; 2) por lo que ocurre afuera, sobre todo en las familias y en el entorno comunitario, 3) en los entramados de la escuela con el sistema educativo y, 4) en los entresijos de esos tres planos.
Lo que ocurre dentro de la escuela: 1) la disputa por el territorio del aula, entre la enorme diversidad de las subjetividades de las adolescencias confrontadas por el autoritarismo –poder– de la escuela, que busca imponer una subjetividad, fincada en el uniforme, la disciplina y el currículum; 2) esta disputa, no puede generar sino violencia o confrontación entre los múltiples intereses de las adolescencias (afecto) y los intereses docentes (currículum y disciplina); 3) las nuevas formas de violencia virtual y presencial, entre los alumnos organizados en pequeños mini-totalitarismos o de manera individual, en contra de los diferentes, los “a-normales” por el color de su piel, por su peso, su estatura, los “nerds”… 4) con docentes y autoridades que dejan pasar las violencias, porque no saben qué hacer o porque están “ocupadas” en las instrucciones o lineamientos emanadas por las autoridades; 5) el aumento de los sufrimientos emocionales que el largo confinamiento en casa trajo a la niñez y la adolescencia, porque vivir en soledad es inhumano, es mortal. El enorme aumento en las tasas de suicidio es sólo uno de los picos del iceberg.
Afuera de la escuela ocurren múltiples fenómenos que se reflejan en lo que ocurre adentro. Llama la atención la precarización del afecto materno y paterno en la niñez y la adolescencia, que daña profundamente su subjetividad. El dolor busca su cause a través del encuentro fraterno con su otro yo, con los pares, –ésta es casi la única razón, pero muy importante, que justifica la existencia de la escuela; las heridas del dolor por el sufrimiento en soledad se sanan en el encuentro, en el abrazo, a veces prohibido por ejemplo por las medidas sanitarias del confinamiento. Cuando el adolescente no logra dar cauce al dolor en el contacto afectivo con sus colegas, buscan otras soluciones, en las drogas o en el suicidio. Lo que llama Carina Kaplan como la negación de toda subjetividad, el suicidio es la manifestación más clara de que la familia, la escuela, todos fallamos. Nadie hizo sentir al chico que nos era indispensable. Lo que aparece en el fondo de estos y otros problemas familiares es una sociedad sumamente injusta, organizada para expoliar el trabajo y los recursos de la mayoría, en beneficio de muy pocos. En este contexto aparece el crimen organizado que se aprovecha de las condiciones de pobreza y desempleo, así como de un aparato de justicia y de gobiernos cooptados por la corrupción, para construir una estructura empresarial que obtiene grandes ganancias para comprar segmentos del estado, construir ejércitos poderosos –bien armados– y los miles de empleados para cubrir la maquinaria de producción, distribución y movimiento de ingentes recursos. Muchos adolescentes son sustraídos por la fuerza o subyugados por la maquinaria empresarial y criminal de las drogas, que se enganchan en este otro mundo.
Finalmente, la escuela es parte de otro aparato más grande, del cual depende, en tanto segmento subyugado por el sistema. Éste ha estado en manos de políticos que imponen políticas sexenales, efímeras, de corto aliento, que prometen la solución definitiva a la permanente crisis educativa. Los gobiernos neoliberales, de Salinas a Peña, fueron desmontado y precarizando el aparato educativo, cuyas manifestaciones son la reducción salarial y las condiciones laborales y el aumento del trabajo. Se trata de un sistema burocrático, centralista y autoritario, montado en una estructura jerárquica de transmisión de las órdenes de los órganos centrales, a los mandos medios e inferiores, hasta llegar a la escuela. Mientras que, por un lado, se promete autonomía escolar y profesional, en realidad las escuelas son sometidas a los órdenes superiores, a través del supervisor; figura central en la configuración de la maquinaria del mandato-obediencia-simulación. Evidentemente que la instauración y reproducción de este sistema, requiere de dispositivos de vigilancia, control y castigo para imponer las normas del sistema autoritario, jerárquicamente burocrático; normal en el sentido de normalizar, de hacer sentir y pensar que así deben ser las cosas, como mecanismos de justificación de la dominación, del poder que se vale del control de la subjetividad, para facilitar el control.
Claro. Como lo afirmaba Foucault, en todo dispositivo de poder, aparecen resquicios de rebeldía, de desobediencia humanitaria. En todas partes existen profesores, profesoras, directores, supervisores o asesores pedagógicos que han aprendido a mirar de manera compasiva el maravilloso acto de educar, y desde la rebeldía humanizante construyen jardines de esperanza, de sueños, aunque siempre amenazados por la maquinaria del poder, de la subjetividad autoritaria, excluyente y, en muchos casos, con intereses perversos.
*Doctor en educación. Coordinador de investigación del ISIDM y académico del CUCSH. victorcanek25@hotmail.com