Confianza
Jorge Valencia*
La confianza es una certeza fundamentada en la fe. Tiene que ver con algo que ocurrirá en el futuro y a cargo de una tercera persona. Quien confía sabe ciegamente que aquél hará todo por responder de acuerdo con la expectativa que de él tiene éste.
Se trata de una cualidad cultivada, contraria a la naturaleza de las personas y de las cosas. La civilización se ha desarrollado gracias a lo contrario: la desconfianza. Las leyes parten del principio de que no existe la bondad, como argumentó Hobbes. La arquitectura es un arte que desconfía de la lluvia, del sol y del viento.
Confiar en otros significa programar una esperanza. La de que el otro cumpla una promesa, tácita o no. La persona de confianza es predecible. Sus actos se esperan con la puntualidad de una profecía.
El desconfiado vive bajo un estado de paranoia permanente. Prevé un daño virtual de los otros. No sale de casa. No saluda de mano. No usa internet por el temor de los virus ni tiene redes sociales por temor a los “haters”. La desconfianza es una forma de soledad preferida. Tal vez enfermiza. Segura.
El confiado es ingenuamente feliz. Vive sin temores ni compromisos inútiles. Como un pajarito silvestre, encuentra el alpiste de la dicha por donde pasa, fugaz. Canta versos alegres, el confiado. Y cree en las buenas vibras y en la sinceridad. La inseguridad lo azota sin enterarse. El frío y la lluvia lo sorprenden, pero el confiado halla razones para divertirse.
El político no es alguien confiable. Dice lo que no es. La hipocresía es su legado.
El confiado elige la docencia como forma de vida: cree en los estudiantes y establece con ellos el pacto de la virtud. En el aula todo es honesto y franco y respetuoso. Fuera de ésta, el mundo rueda con un ritmo distinto: el de la realidad.
Las relaciones humanas que no se basan en la confianza, son relaciones pragmáticas que sólo cumplen un propósito restringido. El policía vial y el conductor de un coche, el árbitro y el futbolista… Son vínculos definidos y limitados por su contexto. Nunca trascienden.
La amistad, en cambio, precisa la confianza como sustento y razón. Cuando ésta se fractura, la amistad se desintegra. Confiar es entregarle a otro el propio devenir. Reconocerse necesitado de alguien, de ése. Seguramente es una forma del afecto con que el confiable asume su sino. La confianza es antinatural. Ahí la fuerza de su carácter simbólico. Se trata de una convicción.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]