COMIPEMS: ¿tacto y evitación?
Marco Antonio González Villa*
La semana anterior miles de adolescentes recibieron el resultado obtenido en el concurso de COMIPEMS para poder acceder a una institución educativa del nivel Medio Superior, por lo que, como cada año desde su instauración, hubo emociones polarizadas en los hogares: en algunos la alegría fue la protagonista, pero en otras, por el contrario, la tristeza y la preocupación entró por la puerta.
La futura presidente de nuestro país ha referido en diferentes momentos que este examen no se aplicará más y se invertirá en la creación de escuelas que garanticen que cada estudiante egresado de educación secundaria tenga un lugar garantizado. De esta manera, el examen ya no es necesario, sin embargo, pudiera ser, lo planteó como posibilidad, como hipótesis, que haya otros motivos añadidos a las buenas intenciones de la creación de infraestructura y espacios en las escuelas.
Obviamente, como ya se ha referido en diferentes espacios, la UNAM y el IPN, que cuentan con porcentajes significativos de aspirantes, volverán, como lo hacían hace años, a implementar sus propios exámenes de selección, por lo que la frustración de muchos por no ingresar a dichas instituciones es y será algo inevitable. Otra escuela será su última opción o significará resignación, aunque, afortunadamente, se tiende a valorar con el tiempo la institución en la que uno estudia.
Pero, sin un afán de cuestionar a la Nueva Escuela Mexicana o al gobierno actual, eliminar COMIPEMS puede también ser una medida para ocultar los bajos resultados que se obtienen con su aplicación. Revisemos.
El examen dispone de 128 reactivos y siempre resaltan los nombres de las y los estudiantes que alcanzan el máximo puntaje; en este año tres estudiantes lograron 125 aciertos siendo los más altos, pero en ocasiones ha habido quienes alcanzan el total de ellos.
Sin embargo, si se asignara calificación a los puntajes obtenidos, el promedio obtenido por la mayoría sería sumamente bajo. Si consideramos el 6 como la mínima aprobatoria, que implicaría obtener entre 76 y 77 aciertos, en los últimos 4 años el promedio general de aciertos ha estado por debajo de 70, por lo que la mayoría ha reprobado el examen.
Y aquí empiezan las complicaciones ¿cómo pueden ser leídos e interpretados estos resultados?, ¿y cómo pueden ser manejados? Es un hecho de que el examen dispone de un grado de dificultad por encima de los conocimientos que posee cada estudiante, lo que refleja, como posibilidades, el no logro de los objetivos pedagógicos y formativos de las escuelas, dificultades presentes en estudiantes que limitan su aprendizaje, el papel ausente de la familia, el desinterés por lo educativo de los grupos estudiantiles o la falta de apoyos por parte del Gobierno para mejorar la educación, entre muchas otras posibilidades.
Quitar el examen también tapa con un dedo algunas de estas situaciones, evita hablar de esos temas, al mismo tiempo que, con mucho tacto, no se le hace ver al o la estudiante que tiene un nivel académico por debajo del esperado y, con este paternalismo y proteccionismo creciente, se les protege y no se les toca su autoestima, su autopercepción y su autoimagen escolar, que puede estar sentada sobre bases nada sólidas y frágiles: pueden creer que saben, sin realmente saber, y de ahí a descalificar a docentes sólo hay un paso pequeño. Pero no nos adelantemos y seamos positivos y pensemos que lograr matricular al 100% de adolescentes puede traer cambios en lo social y en la condición económica de todos. Ya el siguiente sexenio tendrán que garantizar el 100% de buenos empleos para todos, para que la medida tenga sentido ¿o no?
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]