Ciudad en vacaciones
Jorge Valencia*
Las ciudades que se eligen para vacacionar siempre son mejores que la propia.
Más limpias, menos congestionadas y más pacíficas.
Tiene que ver con que en vacaciones todos salen a otra parte y con que los vacacionistas que la visitan lo hacen en plan de turista: saben que no es “su” ciudad. No le exigen más que el placer de caminarla.
No es lo mismo acelerar el coche para llegar a tiempo al trabajo o abordar el camión a las 5, de regreso a casa…, que tomarse toda la mañana para decidir el obturador de la Nikon.
(Sólo los profesionales y quienes fingen serlo cargan cámaras fotográficas hoy día. También en esto los smartphones han cambiado nuestras costumbres). El fotógrafo de las fachadas de los templos y de las avenidas sin tránsito tiene la misteriosa identidad del vacacionista emancipado. Gente sin tiempo que pretende recuerdos significativos de aventuras urbanas. Influye también que es verano y son las once de un martes. Y que el vacacionista sólo espera el asombro.
Los vacacionistas acuden a los lugares que ningún habitante elige cotidianamente. Por eso son lugares seguros, admirables y aburridos.
Los que quieren conocer la realidad cotidiana de una ciudad, entran a las cantinas y recorren las calles en hora pico. Sólo así se reconoce la intensidad de los insultos y la auténtica descortesía civil.
Pero en vacaciones no se aprecian niños al volver de la escuela. Los que no tienen recursos para salir, pueden experimentar al fin su propia ciudad: la soledad de los museos y las bolsas de basura de las esquinas. Los árboles caídos por las lluvias, los migrantes con nombre propio. Algunos perros aún no rescatados.
Las ciudades en vacaciones son templos redescubiertos. Espacios que replantean sus propios ecos.
Todos tenemos dos ciudades en la memoria: la que habitamos y la que vivimos en vacaciones. La primera es la del tráfico y la urgencia y se reduce a las calles que transitamos con prisa y reconocemos como un obstáculo hacia nuestro destino. La segunda es la que añoramos, cuyas calles recorremos por afecto los domingos y los días de descanso. Ésta es la que soñamos y llevamos en el corazón. La ciudad de nuestros muertos.
La ciudad en vacaciones es un monstruo manso: espanta sin melodrama; confunde de manera venial. Andarla sin la histeria cotidiana es reconstruirla. Inaugurarla por segunda o tercera vez. Se trata de una ciudad adentro de otra ciudad, que está adentro de otra que… Como en un cuadro de Escher, la ciudad se multiplica, se copa, se refunda. Los habitantes sólo somos sus testigos.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]