Canas
Jorge Valencia*
Símbolo de los años en los cuerpos, las canas son los pelos descoloridos con que la vejez nos recibe. De manera más poética, Gardel cantó “las nieves del tiempo platearon mi sien”. Lo que los peines aplacaron en la juventud, los años vuelven ralo, rebeldemente blanco, con la única distinción de una palidez sombría.
El machismo moderado de nuestro cine difundió el estereotipo del “zorro plateado” con actores como Mauricio Garcés, quien en retrospectiva representó un heteropatriarcado más bien tímido y simpático. Las canas fueron el canon del galán otoñal.
En épocas de juventud despótica donde la vejez es violentamente desechable, productos como “Just for men” prometen actualidad y mancebía. Nadie con canas excesivas es candidato a un trabajo medianamente remunerado. Los “chavo-rucos” sólo se admiten en los antros con el disfraz de ingenuidad que el pelo teñido y la idiotez por asistir a esos lugares permiten.
Hubo culturas donde la vejez fue sinónimo de sabiduría. El “senado” recuerda la percepción social de la que gozaban quienes alcanzaban la tercera edad en la Roma clásica. Las cabezas en esos atrios se debatían entre la calvicie y el albor para decidir el destino del imperio.
Ni la ropa ni el vocabulario son criterios actuales para distinguir a una generación. Sí la percha con que se calzan los pantalones de mezclilla y la dificultad para atropellar las palabras inglesas con que se mencionan artículos de uso cotidiano. Los más jóvenes crecen con anglofilia genética y fobia a la vejez. Los viejos sólo se inclinan por la apatía.
Las “cabecitas blancas” con que nuestros abuelos referían a las madres, han evolucionado en la forma de la liposucción, las “sugar mommy” y las estéticas que promueven extensiones de cabello natural a precios razonables para madres que conservan un poco de amor propio. Y terror a envejecer.
No obstante, la biología aplica su tiranía. El cabello visible admite el artificio del tinte; el resto del cuerpo se debate entre el modelo lampiño y la pátina blancuzca de los pelos necios en las zonas innombrables. Los tintes sólo son un placebo temporal.
A través de los años volvemos al blanco y negro. Al radicalismo de un cromatismo de los excesos. Es la etapa en la que nos vamos planteando cada vez más cerca las desventajas de la vida y la muerte.
Las canas son el sello de esa incertidumbre. La oscuridad del túnel donde la luz anuncia nuestro destino.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]