Calor
Jorge Valencia*
Lo más probable es que hayamos aparecido en África, bajo la sombra de un calor insoportable, hace 200,000 años. De modo que las temperaturas elevadas son una forma de volver a casa. Las barbas y la palidez nos salieron después, cuando nuestros antepasados aventureros conquistaron el frío.
El calor justifica nuestra piel rapada y la costumbre de desnudarnos que tanto nos entusiasma.
La hipertemperatura a la que ha conducido nuestra habilidad para destruir el medio ambiente, es un karma: significa el regreso simbólico a nuestro verdadero origen. Entonces, el calor nos obligó el desarrollo de la cultura: la construcción de un techo para protegernos de la inclemencia y preservar los alimentos. El desarrollo de la agricultura, los asentamientos urbanos, el crecimiento de las ciudades…
Doscientos mil años de civilización nos han conducido a romper el récord de calor en todas partes. Los lagos naturales se secan. Las especies animales se mueren de sed. Con la sequía, los bosques son más susceptibles a los incendios y los incendios destruyen la sombra, el hábitat de los animales salvajes y la oxigenación ambiental.
El apocalipsis de Mad Max prepara a la especie humana para su transmigración al infierno.
Las hamacas son un dispositivo de refresco, como lo han demostrado los habitantes de la costa. Echarse a descansar con mecidas convicciones existencialistas. En tal trance, el descubrimiento primordial consiste en encontrar nuevas técnicas para rascarse el ombligo.
El calor promueve un descanso indefinido. Y una torpeza irremediable para emprender proyectos. La mejor empresa es la que aún no se ha constituido. Todas las buenas ideas están por llevarse a cabo.
Provoca (el calor) a postergar la ejecución de los planes. En climas extremos, las personas son dadas a la especulación. La pereza es una actitud floreciente. Hay un hastío colectivo. “Mañana” es un tiempo sin término y una promesa diariamente renovable.
Quienes no están acostumbrados, sienten que se cocinan por dentro. Los perros abren el hocico y sacan la lengua. Los pájaros se guarecen y se lamentan. Nosotros observamos esas conductas y nos planteamos un día futuro resolver el problema.
Pero no tenemos fuerzas para sembrar árboles ni para descontinuar los vehículos de combustión interna. Usar bicis nos da flojera. No nos alcanza el presupuesto para comprar coches eléctricos. Vemos con displicencia cómo se consumen los bosques, se desecan las presas, mueren de calor las vacas…
No hay vuelta atrás. No tenemos fuerzas para revertir la tragedia. Ganas, sí; pero no fuerza de voluntad. La culpa es del calor y el antropoceno.
Ya nos estamos acostumbrando. Inventamos los aires acondicionados para permitirnos no pensar en el tema.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]
Postergó mi comentario, para cuando pase el calor… Si es que pasa.