Cada quien su (in)consciencia

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Narraba una mujer de cerca de cuarenta años que solía tener un recuerdo nebuloso de mucho dolor y llanto de algo que le había sucedido cuando era niña. Las imágenes que asociaba eran de ver el suelo entre sus piernas, además de un recuerdo somático de dolor. Tuvo que pasar varias sesiones de psicoterapia para reconstruir no solo su historia de violación, sino también las historias de sus varias hermanas. Por muchos años mantuvo inconsciente el contexto del recuerdo, hasta que la psicoterapia le ayudó a reconstruir esa mala parte de su infancia. Cuando estaba por entrar a su quinta década de vida se debatía entre desear o no que su padre se diera cuenta del daño que había infligido a sus hijas y a sus perspectivas en las relaciones con los hombres y respecto a su sexualidad.
Hay quien declara que no puede asumir responsabilidad alguna por sus actos u omisiones porque ignoraba que determinadas atrocidades estuvieran sucediendo. Ya sea con personas cercanas o lejanas. El desconocimiento de las atrocidades cometidas en contra de cualquier individuo de origen judío, señalaba Everett Hughes ya desde la década de los sesenta, parecería eximir de responsabilidad a quienes moralmente consideraban inmoral que eso hubiera sucedido. Hughes narra un diálogo con un arquitecto alemán en 1948 y señala que ese hombre quizá conocía o ignoraba tanto como cualquier otro contemporáneo acerca de la suerte de los judíos durante el régimen nazi. ¿Qué podían haber hecho quienes no tenían noticia de esas atrocidades, aunque sabían que los judíos eran arrestados y sacados de varios lugares en Alemania y en los países vecinos? Hughes se plantea que la ignorancia no era total y que la animadversión que muchos alemanes sentían por los judíos estaba ya vigente desde antes del régimen nazi. Sentían que algo debía hacerse respecto a “esos otros” que se habían levantado de la pobreza y habían comenzado a encabezar muchas actividades económicas que otros alemanes no habían emprendido.
Considerar a los otros como “diferentes” o “merecedores” de las acciones en su contra, y esperar que alguien se haga cargo del “trabajo sucio” y permanecer siendo “buenas personas”, aunque en la ignorancia de lo que se haga con los demás, no es privativo del régimen nazi. A pesar de las expresiones de “Nie wieder!” (¡nunca más!) que encontramos respecto a los acontecimientos de la Alemania nazi, la humanidad sigue volteando el rostro a las calamidades de las que prefiere no enterarse. Escudándose en el pretexto de que determinada categoría de persona se merece lo que se le hace. Desde quien declara que su pareja se merece ser maltratada o engañada, hasta quien ignora, finge ignorar, olvida o finge olvidar los maltratos a los que se somete a los congéneres a los que consideramos “los otros”. Ya sean migrantes de otros países o de otras regiones, indígenas, mujeres, jóvenes, personas sin recursos o sin servicios, trabajadores, manifestantes, feministas, personas trans, entre otras categorías. Que alguien haga el trabajo sucio de detenerlos, ocultarlos, desaparecerlos, hacerlos callar.
De estas exclusiones y de los esfuerzos de los implicados por no ser negados, ignorados ni olvidados se deriva una dura lección para la que tenemos escasa tolerancia. Tendemos a “no saber” o a fingir olvidar porque tener consciencia nos compromete a la reflexión sobre nuestros privilegios y sobre las diferencias. Desafortunadamente, ni en los contextos familiares ni en los escolares suelen ser explícitos los esfuerzos por aprender acerca de las consecuencias de nuestras acciones en las vidas de los demás. A veces, ni siquiera en nuestras propias vidas y entorno más cercano. Consumimos productos y utilizamos objetos como si no supiéramos que son nocivos (plásticos, gasolinas, vehículos, aguas azucaradas, alcohol, entre otros) no solo para nosotros, sino para quienes nos rodean. En el corto o en el largo plazo. Lo que lleva a plantear la pregunta de qué tanto esa (in)consciencia de los maltratos a otros y de los posibles daños a nosotros mismos ha quedado fuera de las intenciones educativas en nuestros hogares, escuelas y otras instituciones públicas y privadas.

*Doctor en ciencias sociales. Departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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