Balance de un ministro*

 en Enric Prats Gil

Enric Prats**

El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, decidió el pasado jueves cambiar a su ministro de educación, José Ignacio Wert, después de casi cuatro años marcados por la polémica y la política de espaldas a la comunidad educativa. Wert se marcha, el premio, como embajador español en la OCDE.
Su recuerdo, en el sector, no será precisamente agradable y dentro de unos años, las universidades estudiarán el paso de Wert por el ministerio como un agujero negro en la historia de la educación. Un análisis en perspectiva sabrá situarlo como una pieza más de un gobierno que ha buscado el empobrecimiento general de la cosa pública y el desmantelamiento del estado del bienestar, con una manera de hacer política pensada sólo para contentar a sus electores. Y es que su actuación no ha sido aislada, a pesar de las insistentes imágenes periodísticas que nos lo muestran sentado solo, casi abandonado por los suyos, en las bancadas del Congreso de Diputados, con una sonrisa socarrona y pensando en sueños de grandeza para ganarse el cielo de la vergüenza pedagógica.
Dos consignas han marcado su mandato: uniformar y restaurar. La uniformidad se ha cebado en todo aquello que no olía a españolidad, en un contexto de diversidad y pluralismo lingüístico, con unos tribunales afines que han sabido leer la partitura escrita por el gobierno. La restauración la hemos tenido con su ley estrella, la LOMCE, todo un cúmulo de despropósitos, hecha de espaldas a la comunidad educativa e, incluso, en contra de lo que recomiendan sus conocidos de la OCDE.
La obsesión por el uniforme se ha traducido en una pérdida de pluralismo y diversidad, gracias a un proceso de recentralización de atribuciones para el gobierno central inédito en el periodo democrático, poniendo en peligro el modelo de conjunción lingüística llevado a cabo en Cataluña, que ha dado importantes frutos de cohesión y con resultados académicos destacados durante este tiempo.
Por su parte, la supuesta reforma educativa es un ejemplo de retroceso hacia modelos pedagógicos caducados y muy superados en los países que son ahora referencia en educación. Se ha querido restaurar un sistema educativo preconstitucional, anterior a 1975, año de la muerte del general Franco, hecho a golpe de decreto, un ministro empeñado en salir bien en la foto de los rankings internacionales y totalmente despreocupado de las necesidades que se vienen reclamando a pie de aula.
Estos cuatro años perdidos, sumados a los treinta que nos hemos pasado en España mareando el tema de la educación y añadiendo las cuatro décadas de la época oscura de la dictadura franquista, sitúa el sistema educativo español en una posición de atraso absoluto cuando nos queremos comparar con los vecinos. En realidad, los resultados “mediocres” en PISA son todo un éxito, atribuible a maestras y profesorado, más que a los empujes que hayan podido de los estamentos políticos, empeñados en el corto plazo.
Pero su sucesor en el ministerio, también heredero de una época en blanco y negro, no presenta avales para pensar en un cambio de rumbo y todo parece indicar que mantendrá las marcas de la casa, aunque su andadura será corta atendiendo a la convocatoria de elecciones para finales de año y la esperable pérdida de poder del actual gobierno.
De todos modos, en este balanza quizás no todo haya sido negativo. Ponerse en contra a todo el mundo, como consiguió el ministro que se marcha, significa también cohesionar al adversario y obligarle a pensar una alternativa pedagógica sólida y compartida. En eso estamos y ese es el reto.

*Se reproduce, en una versión adaptada, un artículo publicado en catalán en el Diario Ara, de Barcelona, el 28 de junio de 2015. http://www.ara.cat/societat/ministre-blanc-negre_0_1384061728.html

**Profesor de Pedagogía Internacional, Universidad de Barcelona. enricprats@ub.edu

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