Aprender mediante actos educativos

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Educar, educarse implica hacer actos educativos. Esos actos personales cuyo fruto es, dicho de manera vulgar “nos cae el veinte”. Esos actos cuyo fruto nos hace decir “ya aprendí, ya entendí, ya se cómo” y otras expresiones. Esos actos educativos, con mucha frecuencia, requieren verificarse, es decir, expresar cuál fue mi aprendizaje y obtener la aprobación del profesor, del maestro, del padre o cualquier otra persona quien disponga de autoridad, o yo se la conceda, para confirmar lo cierto del aprendizaje, o recomendar seguir estudiando, o explicarle cuáles aspectos o precisiones faltaron.
En muchas ocasiones los supuestos aceptados en nuestro entorno social, cultural y político, para propiciar actos educativos estorban o impiden de plano realizarlos cabalmente. Por ejemplo, entre otros varios, suponemos que hay unas horas del día para aprender, suponemos que hacerlo en un grupo de personas de la misma edad o casi, suponemos que debemos dosificar y dividir los conocimientos en asignaturas según la nomenclatura enciclopédica y suponemos que lo óptimo es solicitar la memorización del aprendiz como primer paso a partir del cual los demás serán más fáciles. Por último, suponemos necesaria una autoridad técnica para establecer cuánto y qué de cada asignatura debe intentar el maestro transmitir cada día y cada hora. Es decir, consideramos necesario disponer de un programa para educar.
Además, estos supuestos al ser implantados se ve necesario encuadrarlos en medidas prácticas a fin de hacerlos posibles. Por ejemplo, diseñamos lugares, desde hace mucho las llamadas escuelas, edificaciones de salones donde colocamos muebles, en principio, adecuados para que las personas puedan soportar las horas de la jornada de estudio y realizar las operaciones que le sean solicitadas por el profesor. Cada salón de dedica a un “grado” de estudios. Adosamos un patio para facilitar el juego durante las etapas de descanso, si se dispone de terreno. Se acepta como normal la asistencia de entre 20 y 40 estudiantes en cada salón, cantidad que puede variar en cada población o barrio. Sin duda un aparato complejo, costoso, y en alguna forma funcional.
Aprender ¿requiere todo ese aparato o sólo es lo mejor que hemos imaginado para todos los miembros de esta sociedad lleguen a ser educados o al tengan la oportunidad de serlo? La cuestión no es binaria. Aprender requiere hacer actos educativos, los cuales son posibles si se sigue una ruta, la mayor parte de las veces, compleja y en ocasiones dilatada. Desde luego educar no se logra con sólo memorizar qué se festeja en cada día de fiesta nacional, o cuáles son los elementos de nuestro idioma para facilitarnos una comunicación eficaz con otros y conmigo mismo. Educar supone crear significados de las cosas, de los actos propios y de los otros, de los sucesos sociales, de las herramientas para vivir en sociedad. Significados para juzgar lo que pensamos y aquello con lo cual nos enfrentamos. Sin significación el juicio será insostenible o rebatido. Y sólo con juicios de los hechos podremos valorar y decidir. Por fin, aprender.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]

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