Aprender es tarea de uno

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

En estas horas previas a las elecciones los interesados sufren transformaciones a veces maravillosas. El funcionario intratable se vuelve el candidato capaz de abrazar niños y bebes con tal de hacerse de la simpatía de los ciudadanos y las ciudadanas. El voto popular es una mercancía muy cara cuando ha de ganarse con una simpatía artificial. Por otra parte, las promesas de aspirantes a una silla en el gobierno cada vez más son un producto deleznable, pues han sido tantas prometidas y demasiadas incumplidas. En la materia electoral que se imparte cada tres años por los políticos profesionales y los aspirantes a una chamba, los “profesores” son tolerantes, no reprueban a nadie, amables, atentos, conocedores y hasta adivinos: Están seguros de ganar.
Esta situación, casi una farsa, a veces aparece en la educación. Algún pensador de las artes y las ciencias de la educación decía, después de observar los sucesos de una escuela básica, afirmó: la educación es el espacio para desplegar el arte de fingir que se enseña acompañado por el arte de fingir que se aprendió. La exageración ayuda a pensar cómo se ha de proceder para lograr un aprendizaje.
Los maestros dedican su trabajo, esfuerzo y fatigas a lograr en los estudiantes el suceso y proceso de aprender. Estudiaron para lograr ese fenómeno: estudiantes que aprenden. Con frecuencia la observación de los sucesos en un salón de clases –de cualquier grado o nivel– muestra la ocurrencia de un ritual con la participación de profesor y de los estudiantes claramente dirigido a lograr eso que llamamos aprendizaje.
La reiteración de ese ritual hace ver aquello que un estudioso de las escuelas llamó “currículo oculto”. Es decir, modos, conductas, permisos y prohibiciones no explícitas en ningún documento y, sin embargo, vigentes en la práctica. Por ejemplo, las preferencias de los profesores por ciertas materias y su dificultad, a veces emocional, con otras. Situación, detectada por los estudiantes y capaz de suscitar conductas diversas en aquellos momentos dedicados a unas, las preferidas, y los momentos dedicados a otras, las poco “interesantes”. Vale preguntarse entonces ¿cómo y cuándo hay que realizar (profesores/as y estudiantes, cada cual su tarea) cuáles acciones para alcanzar el aprendizaje?
Poco a poco todos los pedagogos estudiosos de la educación han estado comunicando su mayor convencimiento de la importancia de conocer los modos de aprender de los aprendices–estudiantes, pues con el conocimiento, y la observación de las acciones de los estudiantes, y conociendo los resultados, el profesor se percata de cómo aprenden y cómo no aprenden y sólo memorizan y ya, repiten lo que otro dijo, copian, o… ofrecen su captación muy personal de lo aprendido. Así, el profesor tiene ante sí la posibilidad de propiciar un ejercicio de contraste entre los memoriosos y los aprendices, quienes se darán cuenta de sus deficiencias o fallas y también de sus aciertos y claridades.
Poco a poco hacemos conciencia de la índole del aprendizaje, la cual pide de la intensa participación del aprendiz, una, para evitar la repetición memoriosa pero no aprendida, y otra para caer en la cuenta de cómo son las acciones del aprendizaje lo que lo lleva a dominar lo enseñado y a darse cuenta de cómo aprendió y qué aprendió. Por eso, hoy cada vez es urgente que el profesor se pregunte antes de cada clase cómo aprendió él lo que ahora pretende enseñar. Aprender es asunto de uno.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]

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